Jueves, Abril 25, 2024

Ya no estoy aquí: identidad, resistencia y trascendencia

Opinión

Por Carlos Chanca Navarro

Hace algún tiempo en el noroeste de México y en particular en la ciudad de Monterrey, floreció un movimiento contracultural que por su amor a la cumbia se autodenominó “KOLOMBIA”. Así inicia la película “Ya no estoy aquí” (2019) que nos contará el viaje interno y externo de Ulises. La música servirá como vehículo para adentrarnos a una subcultura inmersa en una creciente violencia desarrollada durante el periodo 2011-2013. La gran ciudad de Monterrey se presenta a través de un gran plano aéreo que enfatiza esa inmensidad de la cultura mexicana y sus ramificaciones. Lo que vemos ahí, es disfrute. Una cumbia que se vive en cada paso y encuentro. Ulises disfruta y siente las cumbias rebajadas en todo su ser (a diferencia de las versiones originales, estas se sienten más pausadas y profundas).

Poco a poco, vamos conociendo la estructura. La forma en la que se mueve la zona. Ulises lidera a un grupo igual de joven que él y a su vez hay un grupo mayor que le guarda respeto. Todos se hacen llamar “LOS TERKOS”. Una mezcla de talentos vivos y en crecimiento. El conflicto aparece con la intervención del narcotráfico, de esos grupos que son indiferentes al estilo de los Kolombianos. El problema toma intensidad cuando la banda opositora, esa que resiste a la alienación de los terkos y claro, que tiene sus propias motivaciones, decide atacar sin piedad a su zona, dejando así, la evidencia de que la violencia perdura y que las kumbias quedaron atrás. Al menos para Ulises. Es así como el protagonista se ve obligado a huir.

El segundo escenario es Queens (Nueva York). Ulises llega de forma ilegal y trata de buscar una nueva ruta. La juventud apremia y sabe que debe adaptarse o encontrar un equilibrio entre lo que él cree y lo que le muestra el entorno actual. Nos movemos en polos opuestos. La añoranza del pasado y el crudo presente, la música regional mexicana y los hits contemporáneos, la naturaleza y las grandes calles de neón. Ulises vive con algunos compatriotas que trabajan en construcción. Sin embargo, después de un altercado por la música que ellos escuchan, decide salir de ahí; asqueado por esa alienación que percibe.

Hay cierta esperanza cuando conoce a Lyn. La joven de ascendencia asiática representa que el idioma y las formas de crianza no deben ser impedimentos para conectar con otras personas. Que el gusto, la sensibilidad y la confianza van más allá de eso (es universal). Se vuelve un flujo constante cuando las intenciones se muestran sin prejuicios y hay una curiosidad sana para conectar. Con el tiempo ella es absorbida por esa contracultura tratando de imitar las jergas y vestimentas, pero algo no encaja para Ulises. No sólo en Lin, sino en el lugar y en su propia resistencia para adaptarse. Intenta bailar en los metros pero no funciona, intenta conectar con los de su edad pero no se siente natural.

El joven extraña su zona y la confianza alrededor de ese ecosistema; a pesar de que volver significa un sólo camino: La muerte inminente. Más temprano o tarde, lo podría alcanzar. Y pese a ello, el universo lo empuja hacia ese destino. La deportación se une a su deseo de regresar. De volver a esa tierra añorada, de peligros y disfrutes. Estando ahí, de vuelta, ahora el lugar parece diferente. Su gente ha cambiado, la violencia sigue en pie, se ha llevado a algunos amigos y otros decidieron dar un paso al costado. La película finaliza con una postal general de la ciudad de Monterrey: Ulises, la kumbia y las sirenas policiales alrededor. ¿Todo ha cambiado para siempre? ¿La muerte llegará pronto? Quizás, no lo sabemos. Nos alejamos de Ulises, de su encanto por la música y con el final de la batería que tiene su Mp3, damos comienzo a una nueva etapa donde el futuro es incierto. Él sabrá hasta dónde llegará su baile, porque así como expresa su ídolo Lisandro Meza, él “quiere gritar por el mundo que muera la guerra y viva la paz”.

Ahora bien, para comprender el trasfondo de la película es importante conocer los orígenes de esa fusión y las motivaciones del grupo denominado “Los Cholombianos”. Las cumbias rebajadas son un subgénero más calmado que las clásicas cumbias colombianas que se caracterizan por tener instrumentos variados como el acordeón, también llamado ” la voz del lamento”. Esa fusión cultural entre Colombia y México creó a los “Cholombianos” cuyos miembros se ubicaron con fuerza en la ciudad de Monterrey, Nueva León (México). Los inicios parten de la década de los 60′ y los motivos van más allá del flujo migratorio de los colombianos, ya que la experimentación con nuevos instrumentos también fueron claves para la creación de esa tribu urbana. Cuando la película se estrenó, un sector habitacional de Monterrey no se sintió representado y eso generó ciertas críticas (esta ciudad es base de las grandes industrias que mueven altos flujos de dinero). Sin embargo, toda película con un enfoque social donde la violencia y la diversidad cultural están presentes; siempre parten de una realidad necesaria de abordar y que no ha desaparecido del todo.

Los cholombianos hicieron un movimiento diverso alrededor de las “cumbias rebajadas” con identidad resaltante y rituales propios para comunicarse, vestir y convivir; que se han formado en base a variadas influencias culturales atemporales (tanto de culturas indígenas de México como de otras partes del globo). Su filosofía de vida siempre se inclinaba al disfrute de la música y no a la violencia. El movimiento tomó fuerza en los 90′ y se borraría de manera progresiva desde el 2010. El narcoterrorismo se encargó de sellar esa subcultura. En 2013, la agrupación Kombo Kolombia fue asesinada cerca de Monterrey; el asesinato fue atribuido al cartel de Los Zetas. El motivo estuvo ligado a la presentación que tuvo la banda en algunos eventos ligados a esta organización. Desde ese año en adelante, los cholombianos tuvieron que buscar los medios para protegerse. Se cortaban los mechones, cambiaban a vestimentas menos llamativas y otros terminaban huyendo de la zona del conflicto. Fueron estigmatizados, se volvieron un punto medio en la guerra que el gobierno tenía contra el narcotráfico.

Débora Holtz, escritora y periodista mexicana, organizó en 2016 una serie de muestras visuales y sonoras sobre la identidad de esta subcultura y mencionó que “A partir de 2013 se fue difuminando el movimiento porque fueron perseguidos y se confundió esta manera estrafalaria de vestir, alejada de los cánones establecidos, como una amenaza social”. El libro Cholombianos (2013) , escrito por la diseñadora inglesa Amanda Watkins sirvió como base para esta exposición realizada en la Ciudad de México.

Fernando Frías, el director del film, comentó que encontrar a actores ligados fuertemente a Monterrey fue un punto crucial para contar una historia creíble. Si bien los cholombianos netos ya no están, los jóvenes protagonistas tuvieron como familiares a varios de ellos; lo cual influenció en su forma de ver el mundo.

En Perú, ocurrió una situación curiosa y hasta cierto punto paralela en cuestiones de identidad y diversidad cultural. Hablar del Callao, es hablar de Héctor Lavoe. Su música, su personalidad vital y su anticlimática despedida han perdurado hasta la actualidad; desde aquel mítico concierto en la Feria del Hogar de 1986. Acontecimiento que fue curiosamente retratado en la miniserie “El Día de mi suerte” (que por cierto, mostró una propuesta visual y narrativa interesante para la cinematografía peruana). Por esta razón, los murales, las influencias otorgada a otros músicos y la identidad salsera han sido fundamentales para enriquecer la provincia del Callao. Es una marca que sirve como brújula para conocer el pasado y el presente de ciertos aspectos del Perú, como los rituales del barrio y los gustos estéticos que giran alrededor de la salsa.

Mario Aragón, escritor del libro “Salsa y sabor en cada esquina. Mi visión de Héctor Lavoe en el Perú” menciona que el salsero puertorriqueño se ganó el cariño de los peruanos y en especial de la ciudad portuaria de Lima. “No hay un cantante que haya llegado tanto al alma popular. Al menos en el Callao, Lavoe es un icono llevado casi a la santidad. Hace unos años, la gente se tatuaba a Sarita Colonia, una beata local, pero ahora lo hacen con Lavoe” menciona Aragón. “La calle es una selva de cemento y de fieras salvajes” del tema Juanito Alimaña (1983) eran un reflejo no sólo de cómo era vivir en calles peligrosas e indiferentes, sino que conectaba naturalmente con el conflicto armado que venía creciendo en el interior de nuestro país. Todo se enlazaba de alguna forma a una nación que sufría grandes cambios sociales y políticos.



El sincretismo cultural: Proceso por el cual se da una fusión entre distintas culturas que unen tradiciones, música, teatro, literatura y arquitectura. Es una manera ingeniosa si se hace de forma consciente ya que permite ampliar los horizontes mentales con la finalidad de disminuir el centralismo, los estereotipos y revalorar las raíces. Saber encontrar ese punto intermedio entre la identidad propia de un lugar y la fusión con otras; se vuelve un gran reto. A pesar de esa disputa, el sincretismo sirve para mantenerse abiertos al aprendizaje cultural.

Ya no estoy aquí, logró retratar un afán de pertenencia originado por la fusión de culturas y la creación de una nueva identidad. Las cumbias lentas y nostálgicas sirvieron como analogía a la voluntad de nunca irse de ese “momento de disfrute” y que esa juventud no acabara tan pronto. Ulises, llamado así con intención para hacer un paralelismo al protagonista de la Odisea, logró plasmar esa identidad innata que tuvo la contracultura de Los Cholombianos, y sin importar que tan lejos o escondido estén; las raíces perduran. Ese lenguaje universal de las calles une anhelos y frustraciones, pero también el deseo de trascender en las memorias de las siguientes generaciones.

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