Aún tenemos fresco el recuerdo y sensación con la que salimos del cine luego de entrar por primera vez en la Matrix (¿o salir?). A finales del siglo pasado conocimos a Trinity y Neo, incluso antes de experimentar la pubertad. Tomamos la pastilla roja previo a nuestra adolescencia. Y aunque en ese primer visionado hubo mucho que no entendimos e hizo falta pasar por ella varias veces, incluyendo en clases de filosofía para conversar y entender sobre sus múltiples capas y teorías, algo que si quedó indeleble y que consideramos, probablemente, lo más importante del cine, es que nos asombró. Nos asombró como pocas veces nos han asombrado en una sala oscura.
Cerrada la trilogía varios años después, donde una segunda parte algo fallida y un punto por debajo de su antecesora, también nos resultó extraordinaria – ya quisieran las películas de ciencia ficción o de acción de la actualidad tener el peso, extensión y tamaño de esta – y con una conclusión que llegó a la sobre saturación, más un compendio de cortos en «Animatrix» que expandían el universo y explicaban ciertos puntos o huecos, jamás pensamos que volveríamos a ver a estos personajes icónicos en la pantalla grande.
Pero le dieron carta verde a Lana Wachowski y se mandó. ¿Cómo no? Es su universo, su historia, su vida. Sí, compartida con su hermana quien, al menos físicamente, no formó parte de esta nueva entrega, pero sí en alma y eso es lo que trasciende y se explica en esta nueva historia. Porque las hermanas, enormes directoras y aún más grandes personas, han demostrado tener un mundo extraordinario por contar. Uno que ha ido evolucionando y que, lejos de quedarse sin ideas, continúa explorando nuevos conceptos y rumbos. Experiencias que ellas viven en carne y hueso y que no dudan en compartir con nosotros.
En «Matrix Resurrecciones» nos encontramos con Thomas Anderson, un famoso desarrollador de videojuegos quien alcanzó la gloria con su trilogía de Matrix. Sin embargo, hay algo que no está bien en su día a día, que no cuadra, y que a punta de pastillas y terapia intenta apaciguar.
Dejamos la premisa ahí para evitar cualquier spoiler. Esta herramienta meta y auto referencial funciona bastante bien en la primera parte de la película y también para atar hilos y permitir una nueva historia. Una que escapa bastante del estilo y formato de la trilogía que, como dijimos anteriormente, se encontraba exprimida, quizás, hasta el hartazgo. Lana toma una decisión polémica que gustará a muchos y disgustará, también, a muchos. Inserta «Matrix Resurrecciones» en el mundo de “Sense8”, aquella extraordinaria serie de Netflix. No es que ahora Matrix forma parte de ese universo, sino que el estilo, puesta en escena, fórmula e incluso su elenco, se sobrepone en esta entrega. El alma de Matrix queda restringida a un plano secundario, vista y visitada a través de retazos y flashbacks. A ese punto.
El efecto negativo es que «Matrix Resurrecciones» pierde la espectacularidad, estilo e incluso esencia que la convirtió en un producto colosal e inmortal del cine. Pero aquello que pierde se gana en ideas nuevas que buscan progresar, innovar y cuestionar temas que le interesan a las hermanas y, por supuesto, a un enorme grupo de personas en el mundo.
Porque finalmente con Matrix las Wachowski arrancaron con una onda de filosofía y sistemas de creencias. Mezclando a Platón con Descartes y Castañeda, para luego dar un salto y navegar por el karma, espiritualidad y reencarnaciones con “Cloud Atlas”, o retornar a la esencia humana y disfrutar ahora sí, el amor con “Sense8”. Amor que fue siempre tema central en sus historias y vidas. Eje principal y motivación de Matrix. De Trinity y Neo. Siempre.