Luego de dirigir una de las mejores películas de la década pasada («Carol»), un nuevo estreno de Todd Haynes es más que bien recibido. Y aunque esta nueva historia basada en un caso real no llega al nivel de la antes mencionada, sí termina siendo un ejercicio bien realizado y con una importancia peculiar por el tema tratado. Puede meterse en la misma mochila de «Erin Brockovick» sobre todo, o «Spotlight» por mencionar algunos ejemplos con quienes comparte varios elementos. Pero está en un compartimiento separado. Uno más seco, contemplativo y minimalista en sus formas y tratamiento. La película se alarga como el mismo caso, y el «tedio» originado es compartido por su protagonista, con un gran Mark Ruffalo (para variar) y por aquellos que lo acompañan en esta suerte de epopeya de nunca acabar.
Haynes hace muestra de su talento, con una puesta de escena precisa y la elegancia que lo diferencia, con esa elección en la paleta de colores, encuadres fotográficos de primera y los elementos del género muy bien aprovechados. Dándole vitrina (y heroísmo) a un abogado con un mundo en su espalda, un mundo corrupto e injusto que, saliendo de la ficción, sigue y continua en la oscuridad de las aguas. En el que todos participamos y del que seguramente somos víctimas. Una merecida crítica al sistema y sus consecuencias, que más allá de aclararnos el panorama, posiblemente nos haga cambiar de sartenes en la casa