Hay que empezar diciendo que estamos frente a una película dirigida por Charlie Kaufman, basada en la novela homónima de Iain Reid, siendo la fantástica “Anomalisa” – animación stop motion para adultos – su trabajo anterior. Sin embargo, Kaufman es más reconocido por su trabajo como guionista surreal, imaginativo y valiente que como por estar detrás de cámara dirigiendo. En su haber están los guiones de “¿Quieres ser John Malkovich?”, “El ladrón de orquídeas” y “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos”. Obras de culto para un buen grupo de cinéfilos.
Por lo tanto, estábamos preparados para algo especial, quién sabe, truculento y fantasioso. Pero nunca para lo que vendría. “Pienso en el final” es la “Mulholland Drive” de Kaufman, en formas, pero también en resultado. Así de buena y memorable.
Seguimos a Jessie Buckley (Chernobyl), una chica que irá a conocer a los padres (Toni Collette y David Thewlis – así es, el profesor Lupin) de su pareja (Jesse Plemons). Esa es la premisa y la primera lectura. Una que en su relato es melancólica, triste, pero sobre todo incómoda. Esta imagen sirve para que Kaufman rompa con las convenciones del cine y lo utilice a su gusto, permitiéndose crear una suerte de pesadilla con todas las cualidades que esta alberga. El neo córtex se desactiva y la construcción del lenguaje, entendimiento del tiempo lineal, integración de los personajes y comprensión de los sucesos se entremezclan y deconstruyen. Todos cambian constantemente, vienen y van, son unos y otros, y nada tiene un fin concluyente. Cada teoría acaba en un callejón sin salida por que no hay salida, y tampoco final. Ni si quiera hay callejón. Ese es el experimento ambicioso que Charlie plantea y consigue con aplausos. Hay momentos en “Pienso en el final” en los que, verdaderamente, te cuestionas lo que acabas de ver y te preguntas si te has equivocado. Tal vez te provoca pausar y retroceder para volver a ver alguna toma, pero nuestro consejo es que te dejes llevar por la experiencia a la que nos somete Kaufman.
Además, en esta grata y desagradable experiencia, las actuaciones son formidables, con unos inmensos Toni Collette y David Thewlis, acompañados por los más jóvenes Jessie Buckley (a quien le seguiremos la carrera desde cerca) y el siempre destacable Jesse Plemons. La cinematografía de Lukasz Zal (compañero regular de Pawlikowksi – “Ida”, “Cold War”) permite el clima onírico.
Las migajas de pistas caen en los lugares correctos y las referencias, por montones, son adecuadas, divertidas y reutilizadas. Porque mientras uno permanece confundido hay diálogos que conversan sobre temas filosóficos, científicos, humanos, intelectuales y banales. Porque en esa confusión hay; cada cuanto, un rayo de luz que permite al espectador respirar. Porque todo esto se autoexplora y permite hasta bailes y coreografías.
Otra espectacular y complicadísima adaptación de Kaufman, quizás la más. Una película que no necesita ser comprendida sino experimentada, y que merece ser macerada y asimilada con el tiempo. Tiempo que quizás, ya veremos, la ubique en las listas como la mejor del año, década, o más.