El número de películas que adapta lo sucedido en la II Guerra Mundial y más específicamente, el Holocausto, es tan amplia como abundante en trama, formas y licencias. De aquella inagotable colección, hay otro grupo también vasto de clásicos del cine y obras maestras. La crítica siempre favorece al género, la Academia lo beneficia con nominaciones y premios, y el público responde con taquilla. En gran medida, porque siempre habrá una necesidad de recordar y aprender para evitar su repetición o sentir que la justicia llega de una u otra manera. Al menos como un efecto inmediato del séptimo arte, por no decir embuste o producto de su propia ficción.
Porque hace un par de domingos, mientras el famoso músico Usher se presentaba en el show del mediotiempo del Superbowl y enamoraba a las nuevas generaciones quitándose la camisa y soltando algunos pasos a lo Michael Jackson, en Rafah no se detenían los bombardeos de Israel en este nuevo – aunque ya lleva meses a diestra y siniestra (y décadas en construcción) – genocidio.
Y es una cachetada del destino, una ironía tremenda, que el jueves pasado se haya estrenado “Zona de Interés” en cartelera comercial. Extraordinaria película del británico Jonathan Glazer, que narra ambos hechos a la par y a su trágica manera. En ella acompañamos al comandante alemán Rudolf Höss, encargado de Auschwitz, quien vive junto a su familia en una enorme casa que colinda con este. Solo un muro de concreto separa el espanto que todos conocemos con la idílica vida de campo de su esposa e hijos. La genialidad del asunto, es que durante sus 106 minutos de duración no vemos nada de lo que sucede en el campo de concentración, sino que acompañamos a la familia alemana en su día a día. Despertando, desayunando, bañándose en la piscina o el río y recibiendo visitas. Sin embargo, de fondo escuchamos alaridos recurrentes, constantes disparos y observamos un humo negro a lo lejos y en el borde de la pantalla, así como otros detalles puntuales que podrían pasar desapercibidos pero que se vuelven obvios y gigantes al apoyarse en la cultura general. Todos sabemos lo que está sucediendo detrás del muro de la vergüenza. Lo hemos leído y visto infinitas veces. Y todas esas palabras e imágenes reaparecen, como una especie de filtro, mientras la película avanza.
Solo que ahora, también se agrega a esa peliculilla invisible todos los videos que nos llegan a través de la redes sociales, desde la Franja de Gaza. Y como la aniquilación no distingue entre religiones o razas, agresor y agredido terminan abrazándose de espaldas. Es precisamente, en una suerte de vórtex de la película, con un salto de tiempo brillante y brutal, que el círculo se cierra dándole una estocada final al espectador. Las imágenes muestran el resultado completo y dejan una sensación de banalidad al enmarcar lo sucedido, convirtiéndolo en un producto de consumo. Como la película misma. Como el rapero moviendo el esqueleto mientras que a kilómetros de distancia los huesos de tantos otros dejan de moverse. Así, sin necesidad de que el evento deportivo nos muestre imágenes de Palestina, percibimos en los bordes de la pantalla lo que sucede fuera de campo. Escuchamos los gritos, bombas y derrumbes.
Porque ya es cultura general.