Por Sol Pozzi-Escot
Muy pocas sagas de terror han sabido escapar de las garras de la decadencia. Franquicias, como Viernes 13 o Chucky, han sido explotadas a más no poder, a raíz del éxito de las primeras entregas. Lo sabemos: cuando una saga va en la quinta o sexta película, la motivación detrás del proyecto no es, precisamente, la devoción al séptimo arte, sino a la taquilla. Pero la cosa no es tan simple. Dentro de estas idas y venidas en cuanto a calidad, se esconden muchas películas, secuelas que pasaron desapercibidas por el público, que no solamente dieron en clavo en relación a lo que implica el hecho de asustar, sino supieron dar nueva vida a sagas alicaídas. “Wes Craven’s New Nightmare” (1994), séptima entrega de la saga de Freddy Krueger, es un claro ejemplo de esto. La propuesta, guiada por una narrativa meta en la que el villano de la saga salta al mundo real para acosar a la actriz Heather Langenkamp, quien da vida a Nancy, protagonista de la película original, resulta particularmente lúcida por su apuesta innovadora. La modernidad, en efecto, implica nuevas maneras de experimentar el miedo, y esta casi olvidada película supo responder al reto.
Precisemos, antes que nada, que si bien esta entrega de la saga de Pesadilla en Elm Street podría no clasificar, exactamente, como una película de serie B (gozó de un presupuesto de 8 millones de dólares y fue un emprendimiento de un estudio), la franquicia de películas en la que se inscribe comenzó con cintas de bajo presupuesto, prácticamente independientes. Y ese es justamente uno de los elementos más interesantes del film. En efecto, lo que en algún momento se volvió una máquina de hacer dinero, fue, en un inicio, una apuesta creativa, personal, de un equipo humano. ¿Qué pasa cuando el monstruo deja de estar en la película, y se vuelve la película en sí? “Wes Craven’s New Nightmare”, cinta que marca el regreso a la saga del legendario Wes Craven, director de la primera película, nos presenta a una Heather Langenkamp reducida, ante los ojos de los demás, a su rol de Nancy Thompson en la película de 1984. Los recuerdos de Freddy parecen seguirla, de manera cada vez más intensa y amenazadora, como una premonición, pero también como una muestra de poder. Los fantasmas de la fama pueden, en efecto, tomar muchas formas.
Vista en perspectiva, la película resulta mucho más valiosa, en términos de innovación, de lo que se pensó en el momento de su estreno. Críticos como Roger Ebert ven en “Wes Craven’s New Nightmare” un antecesor a clásicos como “Scream” (de 1996, y dirigida por el mismo Wes Craven), que resaltan por la experimentación que plantean respecto a los límites del género. A mediados de los 90, casi todas las grandes sagas del cine de terror pasaban por sus peores momentos, en términos de crítica y taquilla, justamente porque no supieron adaptar la fórmula a aquella de un terror más contemporáneo. De hecho, podemos interpretar el salto de Freddy Krueger al mundo real como la muerte de un terror basado en la fórmula, como una declaración artística de un director que sabe que una realidad cada vez más dura y compleja cambia las expectativas del público cinéfilo. Estamos hablando, finalmente, de un terror que sepa fundirse con la realidad, para sacar de esta su material. Hoy, el monstruo no vive en un platillo volador a miles de kilómetros, sino, vive en nuestras mentes. Y, en un mundo de redes sociales, y sin noción alguna de privacidad (hoy, 26 años después del estreno de “New Nightmare”), todos llevamos, dentro de nosotros, un poco de Heather Langenkamp, e, incluso, Nancy Thompson . Y, nos tememos, el mundo es nuestro Freddy.