Todos debemos estar de acuerdo en relación a Tom Hanks. Es un buen hombre dentro y fuera de la pantalla grande. No se puede odiar. Lo más probable, incluso, es que lo ames, que le tengas un cariño especial o que sea uno de tus actores favoritos. Si no te convenció en «Forrest Gump», seguro que lo logró sobreviviendo en la playa con una pelota de voley («El Naufrago»), despatriado en el aeropuerto (La Terminal), custodiando a un prisionero mágico («Milagros Inesperados») o intentando capturar a un gran estafador («Atrápame si Puedes»). Quizás se le puede exigir más versatilidad, esperarlo en un papel villanesco y que se salga de su zona de confort. Pero también es verdad que en vez de pedirle más, uno puede disfrutarlo en sus varias facetas del mismo plato.
Lo mismo sucede en la nueva película dirigida por Marielle Heller (Can You Ever Forgive Me?). Acá interpreta una versión añeja, como una especie de alter ego curtido, de quien seguramente será Hanks en unos años (si ya no lo es), el popular Fred Rogers. Un queridísimo presentador de un famoso programa infantil. Convertido en una especie de héroe nacional y terapeuta universal.
Pero no se confundan. Este no es un biopic de aquel personaje. Acá seguimos a un talentoso (y roto) escritor de artículos quien tiene la tarea de entrevistar a la «celebridad». Encomienda que se convertiría en un importantísimo proceso de sanación en su vida. Aplaudimos la muñeca de Heller para regalarnos una historia sensible sin caer en lo meloso o melodramático. Apoyada en la precisa y contenida actuación de Matthew Rhys, y también en la decisión de salirse del libreto, arriesgándose por excelentes momentos «Kaufmannianos». Minuto de silencio aparte. Bonita, agradable y conmovedora película que nos regala otro entrañable personaje del buen Tom. Uno que nos mira a los ojos y nos abraza