«The chicken… the chicken have declared jihad on us all.»
Existen películas que uno no sabe cómo comentar. Si es una comedia disparatada, uno no puede comentarla bajo el ángulo de la verosimilitud. Si es un musical, no conviene tampoco analizarla bajo la óptica del drama tradicional. Si es una película de terror, uno no puede sorprenderse por lo desagradable y violento que es mostrado en cámara. ¿Pero qué pasa si la película a comentar es un poco de todo lo anterior? ¿Qué pasa si a ese brillante arroz con mango le añadimos comentario social, humor extremadamente soez y pollos zombies poseídos por los espíritus de indios americanos enterrados en un antiguo cementerio sobre el que se construyó un restaurante de comida rápida? Si metemos todo eso en la licuadora, y la arrancamos en máxima potencia, tenemos «Poultrygeist» (2006), una asquerosamente entretenida cinta norteamericana inteligentemente diseñada para provocar risas, arcadas y reflexiones. Muy contemporánea…
Arbie y su novia Wendy se separan ya que esta última debe ir a la universidad, después de que ambos se graduaran de la secundaria del pueblo de Tromahawk. Cuando se reencuentran, Wendy se ha transformado en lo que Arbie describe como una «lesbiana liberal de izquierda» y este se propone recuperarla, para lo cual consigue un trabajo en el American Chicken Bunker, restaurante de comida rápida construido sobre un antiguo cementerio de indígenas americanos donde la ahora infeliz pareja consumó su relación por primera vez. Pero, poco sabía Arbie: el construir el restaurante en esa locación específica puso en todos los pollos del negocio una maldición, que los vuelve una horda de zombies que buscan infectar a todos los humanos posibles.
Hablemos del humor. La película entera es un trigger, para quienes esperan del cine de comedia bromas medidas, momentos enriquecedores y una moral edificante. En «Poultrygeist», los chistes son abiertamente sexistas, homofóbicos, racistas y estúpidos a más no poder. Y eso es poco decir. Decir que es una película atrevida se queda corto: ¿es «atrevida» el epíteto apropiado para una escena en la que uno de los rednecks que trabajan en el restaurante tiene sexo con un cadáver zombieficado de pollo? No, «atrevido» no hace justicia. Digamos, en todo caso, que es realista. ¿No vivimos todos embebidos en un coito permanente con un sistema capitalista y mercantilista que termina por arrancarnos la cabeza, como pollos en un restaurante de comida rápida?
Hemos insistido una y otra vez en el «realismo misterioso» del cine más exagerado de serie B, que, en medio de un despliegue de sangre, sexo y pollos procesados que regresan a la vida nos enseña lecciones más valiosas aún que aquellas que aprendemos del cine llamado «bueno». En ese sentido, nos preguntamos: ¿qué mejor manera de jalarle las orejas a una sociedad ultraconsumista que a través de una película donde la orgía del consumismo es prácticamente vomitada en la cara del espectador? Viéndolo así, muchos elementos de la cinta cobran sentido.
Lección de John Waters: el mal gusto es más humilde, más realista, y, por lo tanto, enaltece. «Poultrygeist» no apunta a ser más de lo que es: una cinta escatológica cuya absurda trama y honestos propósitos son la licencia perfecta para tumbarse todas las barreras de lo que podríamos llamar la ética de la estética, es decir, lo que se puede mostrar en cámara, y lo que no. Como decía más arriba, los momentos vulgares y, francamente, repulsivos de la película invitan al espectador no solamente a una cierta reflexión respecto a los valores sociales que nos gobiernan, sino, y esta es la mejor parte, invitan a una catarsis total. ¿Existe algo más escapista que una propuesta como «Poultrygeist»? Porque, no lo olvidemos, «Poultrygeist» tiene también una serie de escenas de canto y baile, que configuran, creemos nosotros, una declaración artística de la muerte de ese cine musical escapista, que cintas más recientes como «La La Land» (2017) quisieron revivir. Cine liberador, sin vergüenza (sinvergüenza también) por excelencia, que en tiempos de creciente correctismo político y censura en el arte, necesitamos más que nunca.