Dirección: César Galindo
Guión: César Galindo
País: Perú
Reparto: Carolina Luján, Magaly Solier, Andrés Lares, Reynaldo Arenas
Tuve la suerte de en el 2022, apenas saliendo de la pandemia, ser parte del jurado que elegiría la mejor película peruana de aquella edición del Festival de Cine de Lima. Los títulos estaban disponibles de manera digital (y así vi todos) menos uno, que debía verse en pantalla grande: «Willaq Pirqa. El cine de mi pueblo». Saliendo de aquella función ya tenía mi elección para el premio principal, que a fin de cuentas terminó siendo una decisión unánime. Fue así que conocí el cine de Cesar Galindo, uno que me cautivó y alegró aquella edición. Este año, la espera de su segundo largometraje era un de los eventos más esperados en la actual programación. El resultado, no obstante, me ha dejado un sinsabor.
En «Killapa Wawan», Killari, de 13 años, es elegida por el espíritu de los dioses tutelares como una bailarina de tijeras. Su madre, Agucha, se opone porque perdió a su esposo, Pacha, en un duelo con Lucifer y no pudo contarle sobre su embarazo, una culpa que lleva toda su vida. Oculta la muerte de Pacha a Killari. Remigio, su abuelo, en silencio por el dolor, encuentra esperanza en el interés de Killari por el baile. Decide enseñarle los secretos del baile de tijeras para derrotar a Lucifer y mantener el legado familiar.
«Killapa Wawan» es un desliz en la carrera de Galindo. Y cualquiera puede tropezarse en el camino. Es parte del recorrido. Pero se percibe, aunque es una suposición, que la película debe haber tenido un rodaje accidentado. Hay en el resultado final los clásico parches de una post producción que intenta enmendar problemas, errores, huecos y obstáculos que resultan imborrables. Cuestión que se percibe en constantes fallos de continuidad, sonido, cortes, transiciones, colorización, movimientos de cámara, enfoque, composición y un etcétera más largo. Los momentos de lucidez, que en el caso de «Willaq Pirqa» opacaban ciertos altibajos o algunos instantes que hacían ruido, acá ocupan el mayor porcentaje de la película. Resultando en una experiencia bastante fallida.
La decisión de hacer un cine íntimo, que además recoge miradas particulares de ciertos rincones del país que merecen ser representados y que la pantalla grande los acoge a la perfección – tal es el caso de los danzantes de tijera – va muy de la mano con ese tono bastante familiar, bonachón y esperanzador que Galindo impregna. Sumando además cuotas fantasiosas y estrafalarias que, cuando funcionan, se abrazan muy bien. Sigue descubriéndose en «Killapa Wawan» un poco de este cine y de esta magia que el director sabe ejecutar. Pero es en porciones mínimas, a cuentagotas, impidiéndo salvar el resultado final. Ni siquiera Magaly Solier, con su gran dramatismo, logra ponerse sobre la espalda el peso emocional del relato. De hecho, el tono en el que ella se encuentra, choca con el de la película, tornándose estridente y excesivo.
Esperemos que «Killapa Wawan» solo sea una anécdota en la carrera de Galindo, mientras que nuestras expectativas por una nueva entrega del director siguen intactas. Las rayas del tigre se pueden repintar.