Dirección: Francis Ford Coppola
Guión: Francis Ford Coppola
País: EEUU
Reparto: Adam Driver, Giancarlo Esposito, Nathalie Emmanuel, Aubrey Plaza, Shia LaBeouf, Jon Voight, Jason Schwartzman, Talia Shire, Grace Vanderwaal, Laurence Fishburne, Kathryn Hunter, Dustin Hoffman
Así como el año pasado «Los Asesinos de la Luna» fue el evento cinematográfico del festival (antes y durante), este año la posta la tomó «Megalópolis». Era un hecho desde su anuncio y luego de su estreno se confirma lo obvio. Lamentablemente el resultado es el opuesto. Mientras que con la primera veíamos a un Scorsese de facultades intactas y una madurez que solo otorga la edad, en Francis Ford Coppola observamos a un director que ha perdido buena parte de estas, por no decir todas y que hace su, probablemente, último salto al vacío. En el mejor (o peor) escenario posible.
En «Megalópolis», que se presenta como una fábula romana ambientada en un Estados Unidos del futuro, seguimos el conflicto entre César Catalina (Adam Driver), un arquitecto vanguardista heredero de una fortuna, en búsqueda de una utopía y Frank Cicero (Giancarlo Espósito), el alcalde de la corrupta ciudad, quien desea mantener el status quo.
Es verdad que no debería haber mayor sorpresa ante este nuevo título de un director cuyas últimas obras dejaban mucho que desear. Pero en esta ocasión habían detalles y factores importantes que podían voltear la página y dar la esperanza de un posible resurgimiento mítico. Coppola Había vendido tierras e hipotecado otras, todo de su bolsillo, para finalmente hacer la película que siempre quiso crear. Su Moby Dick. Le costó más de 100 millones de dólares y juntó a un poderoso elenco con vacas sagradas, actores del momento y caras nuevas. La premisa además, prometía una épica de la escala de sus trabajos más grandes. Por lo tanto, uno como espectador tenía de donde sujetar su ilusión y dejarse llevar. Total, estamos hablando del director que dentro de su gran cosecha hiló cuatro obras maestras consecutivas («El Padrino», «El Padrino II», «La Conversación» y «Apocalipsis Ahora»). Una mano basta y sobra para mencionar a otros que hayan conseguido lo mismo.
Lamentablemente «Megalópolis» termina siendo un despropósito de proporciones cósmicas. Que se vuelve insufrible e insoportable mientras van pasando los minutos. Casi todo en ella es una baratija, convirtiendo escenas y momentos en memes instantáneos. No funciona como fábula, ni sátira ni parodia. Tampoco como alegoría y mucho menos si uno se la toma en serio. No hay, dentro de ella, lecturas inteligentes ni importantes. Mucho menos un desarrollo de historia o de sus personajes. Lo que termina generando interes es externo a los sucesos dentro de la película, sino más bien a lo que esta significa, en el contexto, en la conversación que ha generado, en lo que puede significar para el evento, el cine y su historia.
Y si bien hemos leído reacciones distintas a las nuestras (lo cual nos alegra), nos sorprende la mirada o interpretación que algunos compañeros le están dando. Como una metáfora a la actualidad de Estados Unidos, una re interpretación de la caída del imperio romano, una burla a Donald Trump… No podemos evitar preguntarnos ¿en que momento vieron esto? ¿Cuándo dejaron de lado la construcción de personajes? ¿Cuándo decidieron mostrar algunos de los peores efectos visuales de los últimos tiempos? ¿Cuándo escribieron un guion que borda lo patético con frases que pasarán a la posteridad como memes? En todo caso, para nosotros fue una experiencia que nos dejó totalmente con la boca abierta, preguntándonos si lo que veíamos era real… Para muchos, tal vez, esto sea sinónimo de expectativa y, en ese caso, nos alegramos. No se van a decepcionar.
Lo cautivador está en el sentido de este testamento final de uno de los dioses del cine. Que no mancha su imagen, en lo absoluto. Pero que, aunque que se sufre al verla como lo que una película debería ser, sí se abraza en su implosión. En la anécdota misma. En el hecho mismo que a la mitad de la proyección un sujeto haya subido al escenario para interactuar con un personaje de la pantalla (escena que asumimos no estará en el corte final comercial). En que Adam Driver pareciera un Nicolas Cage en su película más cutre (con lo bueno y malo de esto) o que Shia Lebouf fuera el Jared Leto de «La Casa de Gucci» (o de tantas otras de sus películas) o que Jon Voight pareciera que ya necesita usar pañal.
Porque dentro de «Megalópolis» no hay casi nada rescatable. Por más increíble que esto suene. La dirección de actores es inexistente y el protagónico de Nathalie Emmanuel puede significar el final de su carrera (esperemos que no). El guion es disparatado y los diálogos involuntariamente graciosos. La edición es insufrible y los efectos especiales baratísimos (piensen en Ghost la sombra del amor). Es, para dar un par de referencias exactas, como si mezcláramos «The Room» con «Jupiter Ascending».
Eso sí. Ojalá la película se vea y mucho. Porque es un bicho raro que se come a sí mismo y que debería existir. Porque que un artista consagrado pueda utilizar su dinero y hacer lo que le da la gana con él cuando las grandes productoras le dan la espalda, morir en su ley, lanzándose al abismo y aún así triunfar económicamente sería justicia cinéfila divina. Sin dudas esta película dará mucho de qué hablar de aquí hasta su estreno a nivel mundial, nosotros estaremos ansiosos de conocer sus reacciones luego de verla. Megalópolis ha sido una experiencia inolvidable y, probablemente, de las que más vayamos a recordar de nuestras coberturas en Cannes.
Un minuto antes de empezar la función nos miramos a los ojos y nos preguntamos “ ¿tú que crees que va a ser?” Y ambos dijimos: peliculón. Nuestra intuición fue aún más fallida que la película. Salvo que este sea el trolleo más grande la historia del cine.