Reporta: Luis Vélez
Llego a poco más de la segunda mitad de la 73 Berlinale con el cuerpo muerto pero con la satisfacción de ver las que a mi juicio son las primeras grandes obras proyectadas en el evento, más un par de especiales experiencias.
Le grand chariot.-
Dirección: Philippe Garrel
Guión: Jean-Claude Carrière, Caroline Deruas-Garrel, Philippe Garrel, Arlette Langmann
País: Francia
Reparto: Louis Garrel, Damien Mongin, Esther Garrel, Lena Garrel, Francine Bergé,Aurélien Recoing, Asma Messaoudene, Mathilde Weil
Sección: Competencia
Hay que saludar que Philippe Garrel (Boulogne-Billancourt, 1948), acaso el último de los realizadores de cine asociados directamente al legendario movimiento de la Nueva Ola Francesa, continúe en actividad, justamente, haciendo cine. Pero en Le grand chariot, su nueva película, de estreno mundial en la competencia esta 73 Berlinale (su anterior filme fue Le Sel des larmes, estrenado en la misma prestigiosa sección en 2020), hay un elemento personal y trascendental, que la hace muy especial: la inclusión de su hijo (el famoso actor también realizador) Louis Garrel, así como sus hijas Esther y Lena (dato curioso: los personajes de Loius y Lena llevan sus mismos nombres de pila). El asunto tiene una fuerte vinculación con la realidad: Le grand chariot cuenta la historia de una familia de titiriteros, comandada por el padre, con la participación de su hijo y sus dos hijas en la mini compañía teatral/negocio familiar.
Además de la obvia referencia autobiográfica, la del arte heredado de padres a hijos, Le grand chariot va a tocar otros temas: el funcionamiento de dinámicas familiares, la fuerza y debilidad de lazos amorosos, la resiliencia, y la sobrevivencia en en el siglo XXI de viejas manifestaciones artísticas (la dimensión monetaria y la dimensión romántica entran en colisión) y los estados mentales de hombres y mujeres para lidiar con todo ello. Esta historia la va a conducir Philippe Garrel con fluidez, con muy buena mano para el manejo de tiempos, entretejidos caracteres, situaciones trágicas y creación de emociones. Ningún individuo queda sobrando y los secundarios son habilitadores o salvaguardas. El viejo Garrel también va a dotar a Le grand chariot de esa atmósfera mágica basada en la palabra hablada y las vueltas de la vida, como en su momento Éric Rohmer, como entre los nuevos exponentes de esas formas, Emmanuel Mouret.
Que no muera este bello cine francés.
Tótem.-
Dirección: Lila Avilés
Guión: Lila Avilés
País: México
Reparto: Naíma Sentíes, Montserrat Marañon, Marisol Gasé, Saori Gurza, Teresa Sánchez,Mateo García, Iazua Larios, Juan Francisco Maldonado, Marisela Villarruel,Galia Mayer, Lukas Urquijo, Manuel Poncelis
Sección: Competencia
Conocimos el trabajo de la directora Mexicana Lila Avilés gracias a su magnífica ópera prima La camarista, que recibió nuestros elogios por su estudio de personaje y buen pulso para la administración audiovisual de espacios circunscritos a un lugar específico (en La camarista, un hotel de varios pisos). Algo similar ocurre en Tótem, pero potenciado, ricamente potenciado, lo que pone a Avilés, gracias a este segundo largometraje, en nuestra lista de directoras de cine latinoamericanas contemporáneas favoritas. El logro de Tótem es extraordinario, componiendo cada escena y secuencia como piezas de valor propio -todas relevantes- de una pureza cinematográfica que luce mágica. Con excepción de una apertura y un final para la interpretación, que igualmente son parte de una sólida concatenación, las acciones de Tótem están concentradas y focalizadas en una casa grande, el transcurrir de un día y un acontecimiento.
La arquitectura de la casa, así como la naturaleza del acontecimiento, van a ponerse al servicio de una armónica puesta en escena que ubico en paralelos a un guión teatral o una partitura sinfónica. Es una puesta en escena cuidadosa, no obstante con cabal espacio para la espontaneidad, lo que involucra una dirección de actores, especialmente niñas, y un casting sobresalientes. Es una película ciertamente coral y al medio de esta sinfonía de idas y venidas por las habitaciones, pasadizos y jardines de la casa, se encuentra la sagaz niña Sol (el nombre no será gratuito) interpretada por Naíma Sentíes, hija de la realizadora, de auténtico carisma y excelente desempeño. El anciano padre, las hermanas adultas, los tíos, las niñas y niños de una tercera generación, amistades y hasta una bruja de nombre Lúdica (que acapara uno de los altos momentos de la película): Avilés se detiene en cada figura para presentarla en sus particulares características, magnitudes y agencias, posándose sobre ellas una mirada genuinamente afectuosa.
A este respecto, al fulgor de la niña Sol le hace contraste a la crepuscularidad de su padre pintor Tona (Mateo Garcia), otro de los ejes de Tótem, afrontando el dilema de la crisis de una enfermedad terminal en el día en que se celebra su vida. O en su cuidadora Cruz (Teresita Sánchez), de maternal dimensión, arreglando las cosas en silencio. La meticulosidad en los detalles se integra en la preciosidad del filme. Es el caso de objetos y criaturas animales (perros, gatos, un loro, un pez, caracoles, artrópodos), tan operacionales como simbólicos. Así, criaturas humanas y animales tensan una red vital en presencia del tánatos. Son asimismo tangibles nuestras idiosincrasias latinoamericanas, asuntos de clase/raza y el aura protectora de nuestras familias-tribu, nuestros tótems.
Tótem, programada dentro de la competencia de esta 73 Berlinale, viene siendo, entre las vistas, mi favorita.
El Eco.-
Dirección: Tatiana Huezo
Guión: Tatiana Huezo
País: México
Reparto: Documental
Sección: Encounters
El eco del título puede referir tanto a un lugar místico (como refiere la anciana abuela de la familia protagónica) como a un efecto de la vibración del sonido o de las ondas sonoras que atraviesan el aire llevando las palabras, como bien fundamentan las niñas y niños mayores de la escuela primera cuya promoción lleva el mismo título de la nueva película (o viceversa) de la ya consagrada realizadora salvadoreña radicada en México, Tatiana Huezo. Evidentemente, el sonido, proveniente de la naturaleza, o de la música diegética y extradiegética (de alto peso específico) de El eco, como considerablemente en la obra fílmica de Huezo, es fundamental en el retrato de este universo acotado a un pueblo rural del Norte mexicano. Un universo acotado sin embargo extrapolable, en el que nos vemos inmersos gracias a la concepción de un cine documental que retrata desde un sentido de convivencia diaria en contraposición a una mirada ajena.
El núcleo de El eco descansa sobre una familia que tiene a sus mujeres como portadoras de energía y sabiduría, a pesar de los malos sermones sobre roles de género (un tema patente en la película) que el padre semiausente (encarnación de la disyuntiva económica de ir a encontrar trabajo a la ciudad desde el campo) busca dar al gracioso e inocente hijo pequeño. Volviendo a las mujeres, está la abuela que a pesar de su fragilidad, es una transmisora de recuerdos vueltos canciones. Está la madre que, dedicada a las faenas del campo como a su prole, debió dejar los estudios a temprana edad. Y están las juiciosas hijas, una adolescente y una niña, que abrazamos como esperanza en un país (y una realidad que abarca América Latina) que le lleva la contraria a las mujeres, así como a los duros desafíos de una vida rural sacrificada de cosechas exiguas y enfermedades del ganado. El eco además va a mostrar a la comunidad y sus actividades laborales, tradicionales e integradoras.
Los 102 minutos de El eco giran del mismo modo alrededor de cuestiones como el duelo, las oportunidades en nuestros países del tercer mundo y la importancia de la educación, como una recurrencia, empero, no con tufillos fabulescos, mucho menos con una intención aleccionadora. El eco sencillamente coloca e involucra al espectador dentro de su mundo. No es tarea sencilla y Tatiana Huezo -una de las voces más potentes del cine latinoamericano contemporáneo- lo logra con creces, sabiendo dónde y cómo colocar la cámara, haciendo de su relato una sucesión poética de imágenes y humanidad. Acaso sea su mejor película, esperamos que, al igual que sus anteriores largometrajes (El lugar más pequeño, Tempestad y Noche de fuego), El eco pueda verse en algún festival peruano.
Bonus.-
Esta quinta y sexta fecha me trajo dos experiencias cinematográficas opuestas la una a la otra. En el día cinco se me dio la ocasión de asistir al estreno mundial de Golda (Reino Unido, 2023), película dirigida por Guy Nattiv, sobre la primera ministra de Israel, Golda Meier, y los hechos de la Guerra de Yom Kipur de 1973. A pesar de tener Helen Mirren el rol protagónico (bajo un maquillaje excesivo) y estar ella presente en la sala, abandoné la misma a la mitad de una película que me supo demasiado insulsa y caricaturesca.
El lado luminoso de estas experiencias lo puso la llegada al festival de ese hacedor de sueños llamado Steven Spielberg. En sexta fecha pude asistir a su conferencia de prensa, así como al homenaje que se le dio en la forma se la entrega del merecidísimo Oso de Oro de Honor en esta edición del Festival Internacional de Cine de Berlín. Acto seguido se proyectó The Fabelmans (Estados Unidos, 2022), la película más autobiográfica del maestro, tan nostálgica como catártica en tanto Spielberg ha excavado en sus recuerdos y traumas familiares, para una nueva, dramática, divertida, cinéfila y muy buena entrega de su arte. Para mí, cuya primera película vista en el cine fue E.T., el extraterrestre (1982), la única vez que fuimos en familia, una familia a la postre quebrada; la fortuna de estar en esta función y ver por primera vez The Fabelmans en presencia de su creador (con el que tengo, al igual que muchas y muchos, tantas otras historias personales), fue el cierre de un círculo.