Por Carlos Bambarén
Cerramos el #tiff2020 con la nueva película de Thomas Vinterberg, co fundador del Dogma 95, uno de los movimientos cinematográficos más importantes de finales del siglo pasado. Junto a Lars Von Trier, iniciaron este “retorno” a la Nouvelle Vague, estableciendo reglas estrictas para conseguir la pureza del cine y simplificar su producción.
Más de 20 años después, y ya con otra mirada, Vitenberg propone una experiencia altamente entretenida donde la crisis de la mediana edad se supera bebiendo. Seguimos a cuatro profesores y amigos que inician un experimento donde deben mantener, con ciertas reglas de por medio, un porcentaje de alcohol en la sangre. Esto en búsqueda de una mejora circunstancial en todos los aspectos de sus vidas. La hipótesis es básicamente la siguiente: El gran problema humano es nacer con un porcentaje negativo de alcohol en la sangre. Subiendo la dosis de este, podrás vivir en plenitud.
Rápidamente uno como espectador acepta la invitación y forma parte del experimento como observador. Midiendo el impacto, las circunstancias y los conflictos. Vamos estudiando los procesos de los personajes y las situaciones que atraviesan, conociendo y suponiendo los resultados, seguramente fatídicos y esperados.
Este viaje triste, alegre y divertido se impulsa con la extraordinaria actuación de Mads Mikkelsen, uno de los mejores actores daneses, quien domina todos los registros, acentuando y llevando al límite aquello que el espectador debe sentir. Si bien sus compañeros suman, estos gravitan alrededor de él y funcionan como satélites de su propio camino.
Sin embargo, en un momento preciso, la esposa del protagonista hace alusión a que todo su país vive alcoholizado. Y es que, siendo sinceros, una gran parte de europeos tiene problemas de alcoholismo; sobre todo en la zona Nórdica. Según un estudio del 2016, en Dinamarca morían 12.14 entre 100 personas por abuso de alcohol. Son cifras que, contrastadas con, por ejemplo, las 1.4 muertes por 100 habitantes por alcohol en Italia, indican que hay un abuso de las sustancias alcohólicas en estos países nórdicos supuestamente “perfectos”.
Acá, Vitenberg, a través de una suma de conflictos y momentos, y sin caer en manipulaciones y obviedades, nos permite generar nuestras propias preguntas y conclusiones e incluso, decidir qué sentir y cómo reaccionar ante los sucesos. Claramente tiene más de un momento que empuja hacia un lugar en concreto, bastante bien conseguido, pero con la empatía obtenida a través del grupo de amigos, uno empieza a trastocar su rol de observador y se va sumando al círculo amical.
Hasta que llegas al final, donde ya eres parte y vives la catarsis junto a ellos. Un baile que resaca aparte, deja un sabor más dulce que amargo. La música, precisa durante todo el metraje y compañera de emociones, se vuelve protagonista y Martin (Mikkelsen), por fin, vuelve a escucharla claramente.