“Dune” es un capítulo aparte en la vida de Denis Villeneuve. Cuando la leyó, entrando en su adolescencia, tuvo una epifanía. Se le reveló que sería director de cine y que, ya cuajado, haría la adaptación de le novela de Herbert. Una serie de cortos, “Incendies”, “Enemy”, “Prisoners”, “Sicario”, “Arrival», «Blade Runner 2049”, luego, se sentiría lo suficientemente diestro para ponerse a rodar el proyecto. Ese que le seria esquivo a Alejandro Jodorowsky y que significaría una derrota para David Lynch.
En “Dune” seguimos a Paul Atreides, heredero de una de las casas más importantes en un futuro distante donde la galaxia es el límite. Su familia debe encargarse de administrar Arrakis, un planeta aparentemente inhóspito y siniestro, donde su materia prima, la especia, es más valiosa que el oro.
Aprovechamos la pandemia, en su momento más duro (2020), para leer “Dune” y la devoramos. Este tesoro de la ciencia ficción tiene en su interior no pocas sino innumerables referencias que, a lo largo de los años, hemos visto en incontables películas e historias del género. Desde “Star Wars” hasta “Avatar” y la lista continuará creciendo. Quizás esto le juegue en contra por el “ya lo vi antes”, pero es menester recordar que el origen reside acá. Una cuna tan grande que por décadas fue imposible llevarla a cabo. Al menos con justicia.
Villeneuve, amores aparte, siempre fue el ideal para llevar a cabo este proyecto. El tono y estilo del material escrito le cae como anillo al dedo. Con toda la solemnidad, mística y grandilocuencia representativas del director de Quebec. Lo que vimos en la pantalla grande es una fiel adaptación de lo que leímos hace más de un año atrás. Aquello que imaginábamos, palabra tras palabra, capítulo a capítulo, ha sido pintado sobre el lienzo blanco por Denis. Casi tal cual.
En “Dune” el nivel técnico, inobjetable, explota y se hace presente como uno de los más grandes, sino el más, blockbusters del año. Todo es masivo y siembra la semilla para un universo que se expandirá aún más. Desde el diseño de producción y la magistral puesta en escena, hasta la banda sonora de Hans Zimmer (que aún hace eco) y quien a dado rienda suelta a su talento para hacer horas de música, libros musicales y que ya está trabajando en la secuela. Incluso rechazó trabajar con su fiel amigo Nolan para meterse de lleno en el mundo de Arrakis, o incluso usó reciclados para otros trabajos del año, como en la última del Agente 007.
Nuestro único «pero», y es uno que se amarra a los propios problemas e imposibilidades de una adaptación, es que lo mejor de la novela, al menos para nosotros, no está presente en la película. Hablamos de los pensamientos de los personajes. Diálogos mentales continuos que cuestionan y exploran algunas ideas y sentimientos humanos profundos. Lynch, en su momento, decidió usarlos como “voz en off” y no funcionó. Repetitivos, subrayados y excesivos para el formato cine. Salvo que seas Terrence Malick (y eso).
También, y es complejo por todo el material a trabajar y por plantear esta primera parte como introducción a un nuevo universo, el desarrollo de algunos personajes que en la novela se vuelven memorables desde el arranque y con quienes, a través de Paul haces amistad, quedan verdes. Como el trovador Gurney Halleck, el «androide» Thufir Hawat, el médico Yueh o el luchador Duncan Idaho. Solo el último, gracias a la gran presencia de Momoa, sobresale.
Difícil pronosticar el futuro de “Dune”, de su secuela, posible trilogía o universo que se cree a su alrededor. Pero al menos en el presente, firma como un mastodonte audiovisual que intenta revivir y mantener en nuestro consciente la importancia de las pantallas grandes como experiencia trascendente. Ese ya sería un gran cometido.