Recordar a Anthony Bourdain es recordar mi infancia.
En mi caso, hace aproximadamente 20 años atrás, cuando mi padre recién salía con su novia. Siendo “foodies”, durante los primeros años de su relación, visitaban cada restaurante que inauguraba durante el boom gastronómico en Lima (Perú). Quien escribe, se vio inmensamente beneficiado, pues era invitado constantemente a estos deliciosos almuerzos. Luego de la comilona, íbamos a la casa de ella, nos echábamos en la cama – si era invierno prendíamos la estufa a gas – también la tele. Y empezaba “Anthony Bourdain: Sin Reservas”.
Esa fue una grata tradición. Una de las primeras maneras en las que conocí parte del mundo, de sus costumbres y de sus múltiples formas.
Libia, Paris, Vientam, Buenos Aires, Italia, Chicago, Arabia Saudita, Sardinia.
Morgan Neville muestra en Roadrunner: A Film About Anthony Bourdain”, al personaje detrás de cámaras y delante de ellas. El mismo. En un formato convencional, con material de archivo, fragmentos de su programa y entrevistas a amigos y conocidos, hacemos un recorrido desde su llegada a la fama con el best seller “Kitchen Confidential” y su estancia en esa cumbre hasta el final de los días.
“Roadrunner: A Film About Anthony Bourdain“ No busca profundizar mucho en su pasado oscuro ni tampoco en sus último pasos. De hecho los nuevos personajes que lo acompañaron en esta etapa final no son convocados, o no quisieron serlo. Cualquiera que fuera el motivo de su ausencia, lo que no falta es un señalamiento injusto (para algunos leve, para otros grave, para los demás, quizás, adecuado) a Asia Argento. Quien, más que entre líneas, queda como responsable (in)directa del retorno de Anthony a las tinieblas. Unas de las que, en realidad, nunca salió.
Como dice Juan Matus, «la muerte siempre está a un metro a tu derecha”. Como dice Bruce Banner, “mi truco es estar molesto siempre”. Así andaba Anthony por nuestro planeta. Como muchos, sino todos.
Aquello que encontramos en “Roadrunner: A Film About Anthony Bourdain” es una suma, en forma de homenaje, del personaje en cuestión. Hay poco de nuevo o novedoso sobre su historia y menos aún sobre su filosofía o modo de vida. Un episodio de “Anthony Bourdain: Sin Reservas” resume, naturalmente, lo visto acá. Muchos capítulos o la serie entera, es un testamento de él. Porque el éxito del show se debió a la mirada, singular y precisa del chef, escritor, humano. La comida era la excusa, los paisajes también, incluso sus vivencias. Lo que nos hacía conectar con este, con él, era la experiencia. Su experiencia. Nuestra experiencia.
Recordar a Anthony Bourdain es recordar que, seguramente en algún momento de la vida, todos quisimos estar en sus zapatos. Comer como él. Viajar sin parar. Conocer el mundo entero.
Recordarlo también es saber que nadie desea tener un final similar. Eso no. ¿O quizás sí?
Y creo que la respuesta se encuentra en un bello poema dejado en Les Halles, su restaurante. Local que luego de su muerte es una suerte de espacio de peregrinaje.
Al pensar en su suicidio qué es lo que recordamos sino su legado. Siendo este solo el último paso, el punto final, de una historia imperecedera: ”Ícaro no se cayó. Estaba llegando al final de su triunfo».