Primer año cubriendo el Festival de Tribeca, como ya es costumbre, a distancia digital. Creado en el 2002 por Robert De Niro y Jane Rosenthal, como respuesta a los ataques del 11 de setiembre y el sufrimiento, en muchos niveles, que tuvo el barrio neoyorquino TriBeCa.
Enfocado principalmente en mostrar cine independiente, celebrando sobre todo a Nueva York como uno de los centro fílmicos más importantes del mundo.
“See for Me”
Empezamos con “See for Me”, ópera prima del canadiense Randall Okita. En ella seguimos a Sophie, una esquiadora con discapacidad visual que se dedica a cuidar casas mientras los dueños se van de viaje. El único problema es que la mansión en donde se ha quedado para cuidar al gato es invadida por un grupo de ladrones. Sophie debe utilizar una App (con el nombre del título) para que una veterana de guerra la ayude a esconderse… y no solo eso.
Sin ser espectacular, ni romper las reglas del juego, “See for Me” es un entretenido ejercicio de suspenso que recuerda películas como “Cuando un Extraño Llama”, “La Habitación del Pánico”, o sobre todo, “No Respires”, donde la discapacidad visual también es utilizada.
Okita consigue que la tensión y la sucesión de los hechos gire de manera correcta, tanto en el desarrollo narrativo como en el juego de cámaras, alrededor de la protagonista. Skyler Davenport (con discapacidad visual en la vida real) es sin duda el plato fuerte de la película y seguramente estará en la lucha por un premio en el Festival. El elenco que acompaña es correcto, pero en más de un momento se siente tieso y baja un poco los decibeles en la calidad. De hecho la casa termina siendo el “personaje” que mejor acompaña a Sophie.
Aunque la tensión nunca decrece y uno a mitad del camino ya está comprometido con lo sucedido, hay una que otra vuelta de tuerca, exceso, y decisión errada de los personajes que roza o supera lo inverosímil. Hay al menos un par de momentos donde la patinada es clara y cuesta un poco volver a lo creíble y aterrizado.
“In The Heights”
Aunque no es parte de la competencia, el esperado musical, adaptación de la obra de Lin-Manuel Miranda, fue presentado a la par de su estreno en HBOMax. A la lluvia de buenas críticas y aplausos, agregamos la nuestra.
Dirigida por Jon M. Chu (Locamente Millonarios), seguimos a un grupo de vecinos del barrio Washington Heights de NY. El protagonista es Usnavi (genial lo de su nombre), dueño de una bodega y quien cuenta esta historia a un grupo de niños. Un relato sobre salir adelante, los sueños, el amor y las raíces.
“In The Heights” es el primer musical que vemos con pura sangre latina. Eso no solo lo hace especial por una suerte de identificación y representación, sino porque además tiene todo el sabor y ritmo musical esperado. Desde el arranque es inevitable mover el esqueleto al ritmo de la fiesta presentada, una que dura más de dos horas. Aunque no haya ni una sola canción pegajosa, a la que queríamos volver o que será memorable, la sensación es que nadie nos quita lo bailado.
Si queremos buscarle la quinta pata al gato, tanto la relación como los números musicales entre Nina y Benny nos pareció el punto más flojo de la película. Excesivamente cursi y meloso. Quitándole un poco de aire y espacio a la relación entre Usnavi y Vanessa, una que nos interesaba más y a la que se le podría haber sacado más el jugo. La sexta pata sería la del sorpresivo cameo de un fantástico músico, que lamentablemente no canta en la película. Estuvimos esperando su número hasta el final.
Gran acierto el poner a Jon M. Chu detrás de las cámaras, quien había logrado un show grandilocuente, festivo y sincero con “Locamente Millonarios”. Uno que además fue visualmente sobrecogedor y acá vuelve a demostrar su talento poniendo la cámara y moviéndola de manera precisa para captar las varias coreografías, que incluyen animación, cgi y demás herramientas que siempre sumaron. Mención especial al momento “Inception”, que con una mejor canción, hubiera sido espectacular.
“In The Heigths” es un importante musical, único en su especie y alto en calidad. Que además ha significado un descanso necesario dada la coyuntura política en la que estamos. Lleno de positivismo, sabor, alabanza, paciencia y fe.
*Qué año para los musicales este. Aún quedan pesos pesados como: “Dear Evan Hansen”, “West Side Story”, “tick, tick…BOOM!” Y “Everyone’s Talking About Jamie”. Grata competencia.
“The Last Film Show”
El reconocido director de la India, Pan Nalin (“Samsara”, “Valle de las Flores”), presenta su última película, una semi autobiografía donde le brinda homenaje a su infancia y sobre todo, al cine.
En “The Last Film Show” seguimos a Samay, un niño de 9 años que vive en un pequeño pueblo rural de la India. Ayuda todos los días a su padre a vender té en la estación del tren, va al colegio (y se escapa de este) y juega con sus amigos. Esa es la rutina hasta que conoce al proyeccionista de una humilde sala de cine local. Es ahí donde su historia de amor y curiosidad por el cine, las narraciones y la luz, empieza.
Aunque es inevitable comparar y recordar “Cinema Paradiso” durante todo su visionado, sería injusto maltratarla por ello. No solo funciona como homenaje a la película de Tornatore, sino que cuenta su propia versión y memorias. El trasfondo es otro, la motivación y conclusión también lo es, en las diferencias “The Last Film Show” también aporta mucho y convence.
Pero la celebración también es al cine, al popular “Bollywood” y a aquellos directores que alumbraron el camino de Pan Nalin. De forma natural y con mucha muñeca, incluye chispazos de estos en diversas escenas (por no decir todas). Ya sea a través de la paleta de colores, encuadres, mensajes, formas y un largo etcétera que, como cuenta el director en el Q&A, a veces fue pensado y otras de casualidad. Quiera o no, al crear nuevas historias, siempre surgirán los directores que le enseñaron tanto. Cerrando además esta admiración con broche de oro (casi literalmente), en una emocionante escena final.
Pero además de la magia del cine, “The Last Film Show” es un bello “coming of age”, donde los recuerdos de niñez y amistad, siempre desde la inocencia y el asombro, son nuestro motivo de ser. Mención especial a la comida y talento de su mamá, donde el amor de madre a hijo y viceversa se palpa a través de las imágenes. Un festín.
Finalmente, a través de una formidable secuencia, Pan Nalin hace una crítica y demostración literal de la masacre que significó el cambio del cine analógico al digital. Pero en vez de llevarlo a un plano melancólico o triste, lo pinta con esperanza y admiración. El cine no solo sobrevivió a esta transformación, sino que además creó nuevas y espectaculares oportunidades. Eso sí. El que quiere, y puede, seguirá con el celuloide.
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