No somos especialistas ni devotos de J Balvin, pero sí reconocemos los singles de sus producciones, donde letras pegajosas al ritmo de reggaeton lo han elevado por encima del cliché del género, proponiendo alternativas creativas de valor. Esto, para quien no sepa, es gracias a exponentes nuevos como Bad Bunny, Nicky Jam y el mismo Balvin, quienes han decidido convertir la música urbana en una reconexión con la fiesta latina y la calidez de su cultura, en lugar de continuar por la agotada vertiente de machismo y violencia disfrazados de liberación sexual barata y referencias fálicas.
Este es un proceso que ya lleva algunos años y, seguramente seguirá por unos cuantos más. Es importante señalar esto como antecedente para que se entienda que, cuando un festival como el TIFF proyecta una película sobre un reggaetonero, no es por una búsqueda de imágenes postales para norteamericanos y europeos morbosos, sino porque la figura detrás del fenómeno plantea un análisis fascinante. Y es que, Balvin y su música, por motivos del azar, acompañan un momento donde la música urbana coexiste con movilizaciones de estudiantes en múltiples escenarios a nivel latinoamericano. Y si bien, uno podría decir que este artista no tiene letras que establezcan un dialogo posible con la politización de estos tiempos, lo cierto es que detrás de la música existe una persona conflictuada con su carrera, preguntándose sobre sus responsabilidades como figura pública y artista latinoamericano. Es a partir de esto que la película plantea una necesaria reflexión sobre el rol del arte en tiempos convulsionados, desarrollándolo como debate. Ahí su acierto y riqueza.
J Balvin, el “niño de Medellín” o José, como lo llaman en las calles de su ciudad natal, es consciente de encontrarse representando a Colombia a nivel mundial. Esta responsabilidad lleva un peso. Él se reconoce como un entertainer y plantea su futuro como eso: entretener en el sentido de compartir un momento de felicidad en el escenario con “su gente”. Pero su carrera ahora le plantea otros retos más allá de los que tenían sus figuras de inspiración. Hoy, las redes y su país buscan juzgarlo como persona y, excediendo los límites de la marca “J Balvin”, cuestionan a José por su aparente apatía. Así, el niño regresa a su tierra en el marco de su “First solo concert” a llevarse a cabo en un estadio histórico de su ciudad, pero también regresa a una Medellín repleta de protestas y terribles actos de represión por parte del gobierno colombiano.
En medio de esto, tiene retos más allá de realizar un buen evento en solitario. Esta es su oportunidad para recuperar energías luego de un incidente preocupante en el que, en el marco de un gran evento en Puerto Rico, sufrió un ataque de ansiedad dejándole secuelas que pusieron en crisis su estabilidad mental. Además, el J Balvin de ese momento, es un personaje cuestionado en redes, con comentarios y mensajes que lo pintan como un latino desentendido de la realidad de su país y más cercano a su vida en Miami. Un producto consolidado y desarraigado. Sus seguidores esperan una mención, mientras Balvin, en plena crisis, se pregunta si mantenerse o no al margen.
Puesto en esos términos, el documental es extremadamente interesante y Balvin podría representar a cualquiera de nosotros quienes, desde el arte, a veces nos preguntamos hasta qué punto podemos llamarnos artistas sin estar en contacto con nuestra cultura y sus problemas urgentes. ¿Qué responsabilidad tiene alguien con una gran plataforma y seguidores? Pero más complicado que eso, preguntarnos cómo una persona sin mayor conocimiento al respecto, ni una opinión política formada, puede proceder de forma responsable en un momento de crisis donde su tierra sufre. Porque no es fácil sabiendo que todo lo que puede decir tiene una onda expansiva, donde el impacto de las opiniones expresadas es incontrolable.
En general y más allá de la historia y el debate que desarrolla entre arte, medios y política, es un gran acierto prescindir de J Balvin para centrarnos en José, en su entorno familiar inmediato, amigos y equipo de trabajo. La estrategia de humanizar esa figura, con cámaras que se esconden bajo la naturalidad de esas situaciones, es la piedra angular del éxito de este relato que se mueve con el registro de conversaciones cotidianas, discusiones, exámenes médicos y debates. La cercanía y sinceridad con la existencia de Balvin es quizás la mejor forma fílmica para su canción más amada “El cantante”, donde dejamos de lado la fiesta para preguntarnos, al fin, acerca de él.
En definitiva una de las mejores películas que pudimos ver en el TIFF y una sorpresa que seguramente dará mucho que hablar cuando llegue a las plataformas respectivas de Streaming (Amazon) en un futuro, esperamos, cercano.