Es la última película del prolífico director francés François Ozon. Varios pasos por delante de sus dos últimas (y más que rescatables) películas que pasaron por la cartelera peruana el año pasado (“El Amante Doble” y “Gracias a Dios”).
En “Summer of 85” (Eté 85) seguimos a Alexis, un adolescente que vive en la Normandia de los ochentas y que se enamora perdidamente de su nuevo mejor amigo. Un amor inicialmente correspondido, que llevará a aventuras, descubrimientos, conflictos y dilemas. Con todos los elementos del popular “coming of age” y recordando a “Call me by your name”, siendo la versión de Ozon una obra más ligera y menos estilizada, pero aún así, valiosa e importante.
La clave de “Summer of 85” está en volver a esa adolescencia inmadura desde la mirada de un cineasta adulto y cuajado. La nostalgia y el cariño con la que Ozon revisita esos años pasados, esas experiencias adolescentes con el autodescubrimiento y tragedia que vienen siempre acompañados, están completamente presentes en todo momento. El primer amor es una cuestión universal, casi inalterable y, por supuesto, inevitable. El recuerdo de este, aunque pueda resultar doloroso, y en este caso mortal, es uno que permanece imperturbable en la memoria y al que, de una u otra manera, siempre volvemos. Ya sea una cicatriz imborrable o una caricia tatuada, no se mueve ni cambia.
Ozon utiliza elementos técnicos, como grabar en celuloide super-16, poner la atención en el set y decorarlo con una gran banda sonora. Todo para conseguir el efecto de aquella década. Tanto en verosimilitud como para extender al público la sensación que esta época tuvo en él.
Y si bien no es una propuesta autobiográfica, y el uso del narrador como protagonista, quien cuenta la historia desde un principio y la concluye en su máquina de escribir, propone un poco de metaficción, esta se halla sobre todo en la manera en la que el director ha compuesto una película que no es autoreferencial pero que suda de él. No son sus memorias, pero si la emoción encerrada en ellas.