Ayer vimos la nueva película bélica que se ha colocado, en las últimas semanas, como principal contendiente para alzarse con los premios principales del Óscar.
No es gratuito.
Sam Mendes, quienes algunos recordarán más por subir el nivel de la saga Bond con la genial “Skyfall”, reunir a la pareja del barco hundido en “Revolutionary Road”, o sacarle el jugo a Kevin Spacey en la formidable “Belleza Americana”, vuelve al ruedo con un trabajo técnico de primera. Y merece los aplausos.
El nivel de planificación y cuidado para llevar a cabo esta experiencia a la pantalla grande es admirable. Y también el equipo técnico que lo acompañó en la labor, desde el diseño de producción, la construcción de maquetas, los camarógrafos en modo coreografía (y test de Cooper), busquen el detrás de cámaras en YouTube; hasta llegar al monumental Roger Deakins y la majestuosa secuencia de las bengalas. Un juego de luces y sombras espectacular que infla de vida (y belleza) a un destruido pueblo (francés) convirtiéndolo en uno de los momentos de cine por excelencia. Inolvidable. Y qué bien acompaña la música de Newman o la cámara de Mendes. Todo suma.
Y no es que el guión sea “flojo” o “sencillo”. Es más bien simple, o minimalista. Tal vez realista sea el adjetivo más adecuado. Pues seguimos a dos muchachos en una misión durante (casi) un día, durante la poco utilizada (en cine) Primera Guerra Mundial. A modo “El Renacido” se encuentra con “Rescatando al Soldado Ryan”, rodada de forma justificada en un engañoso plano secuencia. Con fragmentos de entre 40 segundos y hasta 8 minutos, muy bien montados para sentirlos como un fluir continuo. No esperen giros de tuerca o conversaciones irreales. Son dos soldados en una misión sacrificada, tensa, agotadora y deslumbrante