Por Sebastián Castillo
Si están dudosos de ir al cine debido a varios años de malas películas de videojuegos no lo duden. Mario Bros es un pequeño milagro. ¿Es tan buena? Sí, mi querida criatura incrédula. ¿Es tan buena como Sonic? No… MUCHO MÁS. Vale aclarar que no estamos afirmando que sea comparable con grandes obras de la humanidad en términos de cine, pero si que vale muchísimo la pena. Habiendo solucionado esas dudas primordiales y si tienes la oportunidad de ir corriendo al cine al finalizar esta oración, hazlo. Caso contrario aquí te viene mi comentario, procurando evitar cualquier spoiler que en una película repleta de sorpresas y referencias como esta es como jugar Buscaminas vendado y con la zurda. ¡Aquí vamos!
Mi relación con los videojuegos no es muy cercana. Juego pocos juegos, nunca me adapté a los juegos competitivos en línea y me cuesta tanto entrarle a la emoción de los e-sports como me cuesta apreciar el hip-hop sin contenido ofensivo. Juego ocasionalmente videojuegos de futbol o de coleccionismo, nada más. Mi primer encuentro con los videojuegos fue probablemente alrededor del año 1994 a través de la “Super Mario Bros” de la consola NES. Se trataba de máquina reducida a comparación de la otra referencia reconocible como eran las salas de videojuegos y, además, esta era capaz de correr múltiples juegos distintos. Toda una innovación. Sin embargo, este primer encuentro también significó estrellarme con el concepto de un precio inalcanzable. Es cierto que, para algunos padres, situaciones así permiten enseñar a los hijos sobre la vida, aprendiendo a diferenciar entre lo útil y el disfrute sin más, pero mientras mis padres ahondaban torpemente en estas banales explicaciones, el precio de la NES me permitiría acercarme, en su lugar y desde tan temprano en la vida, a lo infranqueable de la frontera norte-sur coreana o del muro de Berlín. Díganselo a sus padres/parejas, “los videojuegos educan”.
La primera batalla estaba perdida más no la guerra. Había aparecido un nuevo método de entretenimiento emocionante, colorido y narrativo y le seguirían muchos más mientras la colonización de la consola multicartucho se abría paso entre los niños más pudientes de nuestro universo noventero, siendo cada encuentro de mi infancia con la NES una lucha contra múltiples obstáculos. Hay que entender la época: si no tenías una consola en casa, había que depender de factores externos y los negocios lo sabían. En esos años, cada visita a un centro comercial para ver muebles o a cada supermercado para comprar algo se convertía en una oportunidad para calcular tiempos, hacer la cola frente a alguna consola disponible en exhibición y, si los astros se alineaban, ser encontrado por mis padres justo después de terminar alguna partida del juego que sea que se les haya ocurrido colocar. Así, entre cumpleaños de amigos, chantaje emocional, consolas de libre uso en supermercados y centros comerciales (por las que poco más y se organizaban torneos de artes marciales por 5 minutos de juego) y algunos familiares contados, logré “jugar” a Mario. Más caerme que jugar, pero eso no importa. Cada encuentro con ese videojuego se convertía en un momento valioso y un pequeño milagro para mi yo niño.
Pero sucedería algo más. Con la salida del Nintendo 64, un familiar me cedió su Super Nintendo con un cartucho de “Super Mario: All Stars”, una colección de juegos de Mario que incluía reversiones de los juegos originales con gráficos renovados. Ahora, aunque este fue mi fuente de diversión por buenos años por supuesto, el Mario con el que me tocó crecer no contaba con el mejor lore/mitología propia de la historia y, ya con la presencia de emuladores a través de computadoras caseras, mis intereses en relación a Nintendo se guiaron más hacia sagas que me cuenten alguito más, tales como Chrono Trigger, Megaman, Contra, Zelda y, años más tarde, hacia la reina de la piratería original: La Playstation 1. Mi interés por los videojuegos luego iría decayendo porque los temas de mi interés suelen no están alineados con las tendencias de juegos. Así, fuera de algún Football manager o FIFA/PES, es difícil captar mi atención y mucho menos mi limitada billetera por lo que, cuando Mario decidió hacerse de lore… me lo perdí. Me perdí todo. Yo llegué al Mario 64 y dije chau. Mario, hasta ese momento, era más un plataformas de acrobacias y precisión que una historia de aventuras propiamente dicha. Con el tiempo dejó de ser lo mío y lo mío siempre será contar historias.
Quizás con el paso del tiempo Mario y yo aprendimos lo mismo. Mientras yo me sumergía en el mundo de la literatura, la publicidad y la narración nutriendo mi hambre de historias y construyendo habilidades para contarlas, en paralelo, el Mundo Champiñón añadía mitología y dotaba de capas a una saga que nunca se había propuesto eso, madurando un Mario que no solo se dedicaba a añadir mecánicas nuevas en cada edición, sino que, a través de los icónicos personajes de las primeras entregas, se preocupó por contar más y mejores aventuras sin desentonar ni traicionar la propuesta inicial. Ambos nos reencontramos y, para mi sorpresa, no creo que hubiese algún otro momento mejor para entendernos mutuamente.
¿Qué es Mario Bros como película? En pocas palabras es una historia simple bien contada. Esto que podría sonar negativo y que de hecho lo es para muchos críticos, es en realidad una de las lógicas más importantes: menos es más, o mejor dicho, seguir la filosofía de que esto es así, permite balancear un proyecto y dar a cada aspecto de este lo que necesita. Este criterio es la filosofía detrás de esta película y de funcionar… ¡funciona mucho! Aquí hay economía de recursos bien aplicada: se cuenta lo que se tiene que contar, sin dejar que la película caiga en excesos o en tendencias de algunas cintas animadas de los últimos 15 años que suelen estar plagadas de números musicales innecesarios, situaciones aceleradas con personajes gritones y elementos innecesarios por y para marketing que terminan siendo más un guiño a McDonalds en busca de una colaboración de Cajita Feliz que algo que aporte a la cinta.
Felizmente aquí podemos afirmar que Mario sabe lo que hace y la trama que aquí se cuenta se podrá reducir a pocas palabras, pero la gente detrás de esta película demuestra su talento al trabajar detrás de la historia, regalándonos un muy buen manejo de momentos cómicos, cuidando de presentarnos personajes diferenciables y agradables y (quizás lo mejor) el encadenar de forma magistral, lógica y efectiva diferentes situaciones de varios de los videojuegos de la franquicia, una detrás de otra, logrando que esto resulte orgánico y que verdaderamente emocione, fascine y divierta en lo que bien podría haber terminado como un festival de referencias solamente. Es más, capté suficientes referencias como para emocionarme en momentos determinados más allá de lo que estuviese sucediendo en la escena y agradezco de todo corazón que esto no sea simplemente una adaptación que priorice lo nuevo por sobre lo clásico, porque esto nos hubiese dejado a varios viejitos fuera de la fiesta.
Hay mucho más que decir sobre esto, pero hacerlo sería caer en terreno de spoilers por lo que les dejo la tarea. No finalizo sin antes mencionar que Mario es también una suerte de compensación a quienes nos quemamos con la película de los 90 o con la serie de televisión animada y es una masterclass de como adaptar un videojuego. No voy a vender humo y decir que es la primera cinta buena que proviene del mundo gamer ya que no es así, pero si puedo decir con mucha confianza de que será referente para cualquier otro esfuerzo similar. Véanlo con sus propios ojos.