Vallas pintadas de blanco alrededor del jardín, buenos puestos de trabajo e incluso mejores casas, amigos poderosos y esposas sumisas de pequeñas cinturas y generosas delanteras… Stepford parece ser el sueño de todo machista del siglo pasado. Pero algo no está bien: un aire perverso rodea a las amas de casa del pueblo, como si, en lo más profundo de su aparente perfección, yaciera un mal sin nombre, sin humanidad. Joanna Eberhart, joven esposa que deja la gran ciudad junto con su marido y sus hijos para instalarse en Stepford, descubrirá rápidamente que la realidad del apacible pueblo que la recibe es mucho más aterradora que lo que podría imaginar. En «Stepford Wives» (1975), nada es lo que parece.
Desde su llegada a Stepford, junto con su marido Walter y sus hijos, Joanna parece no encajar en el ambiente. Su pelo, oscuro y peinado de manera práctica, su ropa, holgada y cómoda, se ubica en el extremo opuesto de las otras señoras de Stepford, quienes viven permanentemente en un comercial de los 50. Es que eso es Stepford, un comercial, un réclame, el sueño americano tal cual lo vendía la propaganda estatal más agresiva de la primera mitad del siglo pasado. Para crear este ambiente, el director Bryan Forbes se encarga de darle a la película una dimensión onírica, donde vemos a las mujeres pasar los días repitiendo rutinas, intercambiando saludos que parecen leídos de un teleprompter, y viviendo vidas en apariencia felices bajo el sol de los suburbios. Mientras tanto, Walter, el marido de Joanna, empieza a frecuentar la Asociación de Hombres de Stepford, un club exclusivo para hombres, que empieza a involucrarlo cada vez más en una siniestra trama. Porque, efectivamente, hay algo muy, muy malo dentro de estas personas, y Joanna, con la ayuda de su única amiga Bobbie Markowe, quien parece tampoco haber sucumbido ante el encanto de Stepford, se dispone a descubrir de qué se trata, entrando de esa manera en una espiral que amenaza, incluso, con acabar con su vida.
La cinta fue estrenada en 1975 y fue basada en la novela del mismo nombre de Ira Levin, publicada en 1972. Al momento de su lanzamiento, recibió fuertes críticas de parte del movimiento feminista, que apuntó hacia el lado moral de la narrativa de la cinta. Sobre este último punto, no digo más porque rozaría el spoiler. Sin embargo, en las últimas décadas, el film ha ido ganando un estatus de culto, a raíz de las nuevas lecturas de la trama que los tiempos actuales facilitan. No es, en lo absoluto, una película misógina, es una película que pone en evidencia, justamente, la decadencia de una visión romántica de la familia y los roles de género en un país cuya cara empezaba a cambiar, y que buscaba, ya, hacer tabula rasa de todo aquello considerado como obsoleto. En política, el ejemplo de esto es el rechazo de la juventud hacia Nixon y la guerra de Vietnam. En el arte, se ve en estas audaces apuestas por nuevas formas de narrar aunque, inicialmente, puedan parecer chocantes.
La película es considerada como una «sátira de terror». Encontramos más de lo primero que de lo segundo. Habría, creemos, que ajustar esa categorización y ponerle «sátira de misterio». «Stepford Wives» sabe servirse tanto de uno como del otro para entretener al público, mostrándole a la vez una realidad muy cercana. Hay, de hecho, momentos muy graciosos en la película, que se complementan con momentos de tensión y una duda que poco a poco se va aclarando, hasta resolverse de manera un tanto apresurada, diremos, pero desembocando en una brillante secuencia de cierre, que sella y corona la película. El valor de la cinta de Forbes radica justamente en eso, en mezclar encanto con perversión, apacibilidad con amenaza. Y, de hecho, podemos decir que es una película que ha tenido cierto impacto cultural a causa del tono del que se sirve para narrar. Obviaremos el espantoso remake del 2004 con Nicole Kidman, y pensemos, por ejemplo, en propuestas como «Desperate Housewives», la aclamada serie de Marc Cherry con personajes stepfordianos. Una cinta, a fin de cuentas, muy recomendable, por su audacia y originalidad.