Por Sol Pozzi-Escot
«Martin» es una película de vampiros sin vampiros. Estrenada en 1977 y dirigida por George Romero, director de clásicos de serie B como «Night of the living dead» (1968), «Martin» narra la historia del personaje del mismo nombre, un adolescente víctima de un deseo insaciable de sangre. Pero «Martin» es más que una película de vampiros, es una película sobre la duda, sobre esa delgada línea que separa al hombre del monstruo. Es que, a todas luces, Martin no es un vampiro. Es, sino, la proyección de los miedos colectivos de una sociedad que lo ama y lo odia. ¿Dónde está el vampiro? En la mente del que observa.
Hemos insistido, en columnas anteriores, respecto a la idea del «terror de lo cotidiano», entendido como la necesidad que se antepone ante el género de responder a una nueva manera de asimilar el miedo por parte del público contemporáneo. «Martin» es una película que se vale de esta premisa para ofrecer una revisión de la noción de vampiro. Partamos diciendo lo que «Martin» no es: no es el seductor Conde Dracula de Coppola, ni el sufrido Nosferatu del clásico mudo de inicios del siglo pasado. Nuestro Martin es un adolescente, un simpático y atractivo joven perdido en los confines de su mente, donde se debaten recuerdos de vidas pasadas como vampiro, una creciente sed de sangre, pero, sobre todo, una sensación de vacío. Podemos, en ese sentido y sin exagerar, considerar esta película como el clásico «coming of age» por excelencia para todos los que caeríamos bajo la etiqueta del «raro del salón».
Eso no significa, sin embargo, que las acciones de Martin sean justificables del punto de vista moral. Es más, la película puede ser vista, también, como una historia de expiación, de crimen y castigo. «Martin» fue incluso víctima de censura, por la violencia que muestra en cámara, pero también por el tratamiento que le da al personaje principal. Muchas veces se han criticado películas por justamente endiosar al villano, por romantizarlo. Pasó, por ejemplo, con «La naranja mecánica, y podemos pensar que la película de Romero también puede ser analizada bajo esa óptica. Esta es una película que no juzga, una película que mete al espectador en el lugar de los hechos y la mente de los personajes con una efectividad que sólo Romero podría lograr. El hiperrealismo de la cinta, que puede resultar chocante o apologista para muchas personas, es justamente el detonante que enmarca el diálogo entre la propuesta de Romero y el espectador. Si el objetivo de una película de terror es incomodar al espectador presentándole una desagradable realidad que bien puede ser posible, «Martin» es una excelente película, ya que apela a remover los cimientos de los conceptos de moralidad del espectador.
En ese sentido, la interrogante respecto a la real identidad de Martin, es decir vampiro o no, pasa a un segundo plano. Y es que, dentro de todo, Martin es una víctima, no solamente de sus propios impulsos, sino de una sociedad que de entrada lo cataloga como outsider, como el cuco que encarna una serie de miedos comunes y generalizados. Supersticiones, deseos ocultos, miedos en general del extraño pueblo que lo recibe y sella su destino. «Martin» es una incómoda, pero necesaria película .