Dirección: J.A. Bayona
Guión: J.A. Bayona, Bernat Vilaplana, Jaime Marqués, Nicolás Casariego. Libro:Pablo Vierci
País: España
Reparto: Esteban Bigliardi, Rocco Posca, Andy Pruss, Benjamín Segura, Luciano Chatton, Agustín Della Corte, Felipe González, Rafael Federman, Esteban Kukuriczka, Marías Recalt, Tomas Wolf, Enzo Vogrincic y Agustín Pardella.
«La Sociedad de la Nieve» es el último gran estreno del año en cines (luego llegará a Netflix), que recrea “La Tragedia de los Andes”, aquella proeza realizada hace 50 años por el equipo juvenil de rugby uruguayo luego de que el avión donde viajaban se estrellara en plena cordillera.
Ya en los noventas tuvimos una versión holywoodense llamada “¡Viven! (Alive!), protagonizada por Ethan Hawke y que fue un éxito comercial, convirtiéndose en un clásico instantáneo del género de supervivencia. Ahora, en el ecuador de su centenario, es el turno del director español J.A. Bayona, quien ya adaptó la tragedia del tsunami de Indonesia con su decente “Lo Imposible”.
Esta vez, la fuente es la obra literaria homónima escrita por Pablo Vierci. Que es considerada el relato definitivo del suceso, ya que el escritor y periodista uruguayo reunió los testimonios de los 16 sobrevivientes, recordando en primera persona cómo fueron los setenta y dos días varados en aquella situación extrema y despiadada.
Lo que hace Bayona con el material, es transformarlo en una experiencia totalmente inmersiva e hiperrealista. El espectador enfrenta, junto a los veinteañeros rugbiers, la inclemencia e inmensidad de las montañas y el frío gélido que las baña, así como la claustrofobia de sobrevivir, al límite de lo que significa ser humano, hacinados en los restos del avión destruido y sacudido no por una, sino dos avalanchas. De hecho, las secuencias del accidente aéreo como del desplazamiento de la nieve son de las más potentes y vertiginosas que haya visto en el cine.
Sin embargo, “La Sociedad de la Nieve” se enfoca más en construir un relato de superación desde la hermandad y el espíritu de un equipo. Demostrando que la fortaleza se halla en el grupo y la compenetración de este. Por ello es que Bayona deja las individualidades de lado para mostrarnos al conjunto como una unidad: a través del juego y el “pasa la pelota”, el camerino cuyas duchas no tienen cortinas que las separen, las constantes fotos grupales, o los abrazos y masajes a los pies para calentarse entre ellos cuando están bajo cero grados y poder sobrepasar la mortal noche. Ellos no se convirtieron en un equipo, sino que siempre lo fueron. Así es como encaran la adversidad y se enfrentan a la dicotomía principal que luego la prensa y sociedad pondría en entredicho; comer o no los cadáveres congelados para pervivir. Llegando a la última instancia de compenetración donde el moribundo, antes de fallecer decía: “doy permiso para que utilicen mi cuerpo como alimento”.
El mensaje final de la película es que cuando la esperanza humana se sostiene en la fraternidad, lo irrealizable se vuelve posible y los límites finitos. Lo volvimos a vivir con el rescate de los treinta y tres mineros chilenos en el 2010 o los trece niños atrapados en una cueva de Tailandia hace cinco años (ambas historias también llevadas al cine). Antes de 1972, nunca se había rescatado un accidente aéreo en los Andes, después de la proeza del equipo juvenil, quedó claro que no hay que dudar nunca.