Por Sol Pozzi-Escot
Es imposible pensar en Halloween sin pensar, también, en el monumental clásico del mismo nombre, dirigido por John Carpenter y estrenado en 1978. Desde entonces, la saga «Halloween», a pesar de sus muchos desaciertos, se ha vuelto imprescindible en cuanto a clásicos de terror se trata. Y es que Michael Myers es uno de esos pocos personajes de películas de terror que han sabido escapar de la saga que les dio vida para volverse íconos de la cultura popular. Su monstruosidad, por oposición a la virginal inocencia de una muy joven Jamie Lee Curtis en el clásico original, cautivaron y cautivan, hasta hoy, a audiencias de todas las edades. Recordemos, entonces, qué es lo que hizo que el mundo se enamore, por primera vez, de este aborrecible personaje.
«¡Michael Myers es el demonio en persona!», exclama durante la película el Dr. Loomis, psiquiatra de Michael Myers a lo largo de su encierro en un sanatorio, desde que, a los 6 años, asesinara con un cuchillo y usando una máscara de payaso, a su hermana. Si hay algo sobre lo que no cabe duda, es que Michael Myers es un personaje simple de definir: es la encarnación del mal. No tiene ningún nivel de consciencia, de arrepentimiento, es incapaz de sentir algo que no sea un impulso innato por matar y destruir. En ese sentido, el Dr. Loomis, quien llega a la conclusión de que la única manera de detener a Michael es matándolo, juega como una especie de reflejo del espectador. Su tortuosa relación con Michael (ya que, a pesar de ser una máquina del mal, el joven Michael es, después de todo, un importante objeto de estudio de la psicología del hombre) refleja uno de los abismos más presentes, pero ocultos, de la condición humana: la tentación del mal. Digamos que ante un personaje como Michael Myers, uno siente, desde luego, abyección, y, claro, miedo. Pero, podemos pensar que no es solamente un rechazo lo que se siente, sino, osamos decir, un cierto nivel de curiosidad. ¿Puede cualquier hombre perder, de pronto, su lado humano y transformarse en un pozo de infinita maldad? ¿Podemos nosotros mismos? Para no tener que averiguarlo, tenemos esta película.
Es verdad que muchas veces olvidamos aspectos muy humanos, muy profundos de la película de John Carpenter. Y es que claro, después de un sinfín de innecesarias secuelas y reboots (recomendamos, entre las secuelas, la 3, interesante experimento donde no aparece Michael Myers, y el último reboot con Jamie Lee Curtis), es inevitable que ciertos mensajes se pierdan en el camino. Pero sigamos buscando esos mensajes perdidos. Michael Myers, después de huir del sanatorio donde el Dr. Loomis intentó, durante años y sin éxito, tratarlo, llega al pueblo de Haddonfield, distrito de los suburbios norteamericanos para acabar con la matanza que empezó años antes, persiguiendo, esta vez, a Laurie Strode (Jamie Lee Curtis) y sus amigas niñeras. Lo que vemos en Haddonfield es un retrato de los suburbios norteamericanos de los años 70, de una clase media hoy amenazada por una creciente polarización de la sociedad. Pero volvamos a la película. Desde su llegada, Michael Myers se esconde, vigila, a lo lejos, las apacibles vidas de los habitantes de Haddonfield, preparando su golpe final. En ese sentido, la dimensión voyeurista no se limita al presente de la acción, protagonizada por un acechante Michael, sino se enriquece en la posteridad temporal. ¿Con qué ojos ve, un espectador de la actualidad, la representación de ese idílico Haddonfield de los 70? Más que un elemento disruptivo en la cotidianidad de Haddonfield, podemos ver a Michael Myers como una suerte de prediccion del cineasta Carpenter, quien ve en su personaje un símbolo de los cambios sociales que se aproximan, o, peor, ya se están dando aunque nadie los vea. Los fanáticos de la saga «Scream» recordarán la legendaria escena donde Randy Meeks explica cómo, en «Halloween» original, Jamie Lee Curtis cumplía aún con el papel de la virgen, que perdió recién en los 80. ¿Inocencia interrumpida?
Tenemos muchas razones para ver «Halloween» este 31 de octubre. Y sí, la coincidencia de fechas, la sangre, la musicalización (compuesta por el propio Carpenter) y Jamie Lee Curtis son razones más que respetables. Pero intentemos, también, dialogar con la película, ver qué es lo que tiene para decirnos sobre el mundo actual, o, mejor aún, sobre nosotros mismos.