Dirección: Hayao Miyazaki
Guión: Hayao Miyazaki
País: Japón
Reparto: Animación
Hace casi diez años se nos dijo, y fue una noticia bastante triste, que «Se Levanta el Viento» sería la última película del maestro Hayao Miyazaki. Aunque tuvimos que esperar una década para desmentirlo por completo (o que cambie de opinión), un nuevo estreno del japonés se debe vivir como si fuera la última vez que el cine animado nos entregará algo del más alto nivel. «El Niño y la Garza» parece ser la regla, la confirmación y conclusión de un director cuya imaginación no tiene límites ni fecha de expiración.
Acá seguimos a Mahito, un niño que viaja con su padre a una nueva ciudad luego de haber perdido a su madre en un accidente. Cuando aparece una especie de garza humana diciéndole que su madre sigue viva, Mahito entrará a una torre mágica para encontrarla.
«El Niño y la Garza» no es una película compleja, pero sí debe ser la más abstracta, surrealista, simbólica y quizás, expresionista de Miyazaki. Si bien es cierto que en ella hay una recopilación de sus ideas, conceptos, fórmulas e intereses constantes en su filmografía, también hay una libertad creativa que no recordamos en otra de sus películas. Hayao abraza lo que su compatriota y colega hizo en «Los Sueños de Akira Kurosawa» y hace un viaje interdimensional en la historia (y también fuera del género animado), acercándose al Kubrick de «2001: Odisea del Espacio». Es complicado, por no decir imposible, pedir algo más.
«El Niño y la Garza» también marca o sella esta última etapa en la carrera del director. Bastante más autorreferencial, maduro, reflexivo y biográfico. Puntos que quizás, se notan más en la manera sensorial e inmersiva que plantean sus últimas películas. El punto de vista del protagonista, su subjetividad, es una que insta u obliga al espectador a ponerse en sus zapatos y experimentar momentos, sensaciones y espacios de primera mano. Hayao quiere entregarnos sus propias experiencias y vivencias, invitándonos a un lugar bastante íntimo y personal.
Ya se hace baladí escribir sobre la belleza en la construcción humana, de paisajes y seres. Como mencionamos antes, su imaginación es infinita y se nutre y apoya en la energía y creencias ancestrales que su espacio en el mundo (y su largo recorrido en este) le ha concedido. Uno piensa que eso ya lo vio antes, pero por la derecha llega el asombro, uno cree que esas criaturas ya salieron en otra de sus películas, pero por la izquierda te vuelven a enternecer. Una y otra vez.
El mundo del anime en el cine sigue en auge y sus máximos representantes como Mamoru Hosoda o Makoto Shinaki, por mencionar un par, son maestros consolidados. Pero lo de Miyazaki se encuentra en otra categoría, dibujando en una liga aparte y compartiendo un valor artístico del más alto, profundo e importante nivel posible.