La ciencia ficción es uno de nuestros géneros favoritos. La posibilidad de ver plasmadas en una pantalla aquellas posibilidades que solo la imaginación permite, es un placer que siempre nos llena. Alex Garland es, actualmente, uno de los mejores exponentes el género. Antes de ejercer como director, ya tenía varios trabajos sobresalientes como “28 días después”, “Sunshine”, “Nunca me abandones” o “Dredd”, todos como guionista. Pero es a raíz de su ópera prima “Ex Machina”, donde por fin podemos ver su imaginario trascender el guion, explorando un universo estético que se ha apropiado del género mencionado y que propone una mirada única, contemporánea e importante.
“Devs” tiene todos los elementos necesarios para considerarla una obra importante del sci fi. Entre ellos, hay uno en el que destaca particularmente. Seguramente no es revolucionaria, vanguardista, ni tampoco marcará un antes y un después. No causará el impacto que tuvo “2001, odisea del espacio”, ni creará una saga como lo hizo “Star Wars” o un universo cyber punk como sucedió con “Blade Runner”. Mucho menos será un éxito de taquilla como “Terminator 2” o “Avatar” y los efectos visuales (prácticos y digitales), que suelen jugar un rol fundamental en el género, tampoco causarán el furor de “Matrix”. “Devs” no cambia las reglas del juego, pero sí las usa a su favor. En vez de “adelantarse” al futuro, proponer un mundo apocalíptico o escapar de la tierra, conversa sobre aquellos temas que actualmente le competen a la ciencia. Temas que por sí mismos, en el presente y a un paso acelerado, marcarán un antes y después en la humanidad.
Como pasa con toda obra de ciencia ficción memorable, la ciencia y la ficción sirven como catalizadores de aquellos comportamientos humanos que más allá de épocas y sociedades, permanecen imperturbables. Siendo estos llevados a límites que proponen replanteamientos filosóficos, espirituales y religiosos. Pero que también ocasionan dilemas y acciones que rompen con lo moralmente establecido. En “Devs”, y evitando spoilers, acompañamos a Lily (Sonoya Mizuno), quien es para nosotros el único punto flaco de la serie (una actuación con varios baches). Ella, luego de un terrible incidente, investiga a la empresa de tecnología donde trabaja. Empresa que viene desarrollando un sistema que demostraría una de las teorías cuánticas más importantes, descubrimiento que cambiaría al mundo, y la manera de vivir, por siempre. ¿O no?
Entre lo mejor de la serie se encuentra el elenco, donde aparte de Sonoya Mizuno, está al nivel de la trama y de los temas tratados. Genuinas sorpresas las de Zach Greiner (como el “villano”), Stephen Henderson, Cailee Spaeny y Jin Ha. Mientras que Alison Pill confirma que es una gran actriz y Nick Offerman reconfirma que los grandes comediantes tienen un tremendo nivel para el drama. Como dicen, es más difícil hacer reír que llorar.
La estética y propuesta visual, así como la dirección de arte y el diseño de producción está, sin lugar a dudas, entre lo mejor del año. El centro experimental, este cubo flotante y dorado, tiene tantas referencias e influencias en el mundo antiguo que sobrecoge a cualquiera. La computadora tiene un simil con el lanzón de Chavín, las placas doradas recuerdan al mundo inca y pre inca, la arquitectura resuena con las pirámides truncas y el interior se asemeja a lo descrito en las teorías sobre espacios fúnebres y aún desconocidos en las pirámides egipcias. En este espacio la ciencia se vuelve sagrada. Dejamos de estar en un centro de trabajo y nos encontramos en un centro ceremonial, religioso y espiritual. La sensación es la de entrar en un terreno mágico donde además, las imágenes que se van mostrando, creencias aparte, son constituyentes de nuestro historia y razón y por lo tanto, impactantes. De nuestro cuarto entramos a la pantalla y en esta nos introducimos a un mundo con sus propias reglas donde, además, otra pantalla se nos muestra con imágenes que nos ponen en jaque. Se hace un círculo perfecto. Una trampa ideal. Imposible no abstraerse y aceptar lo que viene.
Entrando al “SPOILER”, y cambiando el nombre de “Devs” por “Deus”, hace un buen tiempo que no disfrutábamos un giro como el del “homeless” que resultó ser un espía ruso. Cuando cuenta en su idioma, asfixiando al jefe de seguridad, consiguió ponernos la piel de gallina.
Y finalmente, como toda buena obra de ciencia ficción, más que dudas y confusiones, quedan preguntas y temas por conversar. Cuestiones ontológicas que más allá de entretenimiento, nos proponen cuestionarnos aquellos pilares donde se sujetan nuestra fe, creencias y por lo tanto, forma de percibir la realidad. Y mientras que en “Mattrix”, “Cypher” traicionaba a los protagonistas, escogiendo quedarse en la ilusión virtual, donde sus sentidos eran engañados, “Devs” nos propone que eso ya sucede, debido al determinismo, en la realidad que vivimos. Por lo tanto, no hay diferencia entre la vida “genuina” y la establecida por la super computadora, salvo que en la última, a manera de paraíso, tenemos más libertad de elección. ¿o no?