El cine de terror responde a interrogantes humanas-muy-humanas, que, aunque a veces puedan camuflarse entre incontables estallidos de sangre en cámara, reenvían a lo más profundo de nuestra condición. El abandono, la muerte, la fe, la pérdida de la fe, el pecado, encontramos en el cine de terror, en mayor o menor medida en función de lo lograda que es cada película, distintos niveles de reflexión respecto a lo que significa existir en el mundo. “Alice sweet Alice”, película de culto de 1976, abarca, justamente, los aspectos más profundos del Hombre, en un mundo contemporáneo de bergmaniano abandono divino, donde el absurdo y el horror se manifiestan en todo.
Karen es una niña de 9 años que se prepara para su Primera Comunión. Alice, por otro lado, es su hermana celosa y malcriada. Lo que parecería una- hasta cierto punto- sana rivalidad entre hermanas toma un oscuro camino cuando Karen, interpretada por una jovencísima Brooke Shields, es brutalmente asesinada, en la Iglesia, el día mismo de su primera comunión. La duda no tarda en surgir: ¿Alice mató a su hermana?
La película juega con diversos grados de violencia desde la primera escena, en la cual Alice, mientras visita junto con su madre y su hermana al cura de la parroquia, se escabulle en la residencia de este para asustar a su anciana sirvienta. Vemos así, a lo largo de la primera secuencia, una seguidilla de momentos en que Alice parece divertirse haciendo sufrir a su hermana. Hasta que es asesinada. La estrategia narrativa del shock inicial, en los primeros minutos de la película, no solamente interpela al espectador, sino lo coge de la camisa y lo jala a tirones a un mundo donde el horror es la materia de todas las cosas. Karen muere, de pronto el mundo es otro. No podemos evitar asociar esta técnica a aquella utilizada por Wes Craven en “Scream” (1996), donde mata al personaje de Drew Barrymore en los primeros minutos de la cinta.
Y si la duda, a lo largo de la película, va y viene, siendo determinada por los hechos, que van tomando distintos giros, es la estética de la película lo que termina por coronar el universo cinematográfico que el director Alfred Sole plasma de manera muy lograda. Muchos planos usados son, francamente, extraños: no se respetan los tercios de composición, encontramos planos grotescamente asimétricos, y los primerísimos primeros planos, sobre todo dirigidos a motivos religiosos que parecen deambular por toda la película, ponen en valor la falta de ley en el universo presentado en cámara. Y es que, aunque muchos planos de la cinta puedan resultar extraños, no perturban al espectador ni lo sacan de la trama: todo lo contrario.
Una vez establecido el universo de la cinta, la propia esencia del mal se va apropiando, en cierta medida, de cada personaje y situación en cámara. Hablábamos en la introducción del abandono divino. Lo interesante de esta noción es que, en un contexto contemporáneo, no se manifiesta de la misma manera en que se manifestaría en una cinta de Bergman, o en una novela de Dostoievski, sino, se manifiesta a través de elementos propios a su tiempo. El abandono divino se traduce, por lo tanto, en la disolución familiar, en la crisis moral de la clase media americana en la segunda mitad del siglo XX. La madre de Alice y Karen, brillantemente interpretada por Linda Miller, está divorciada del padre de las niñas, quien vuelve a la casa familiar luego de la muerte de Karen. La relación entre Catherine, la madre, y Dom, el padre, aunque no sea un elemento central de la trama, es uno de los más humanos : en sus pocas interacciones en cámara, vemos cómo fluye el desgarro del duelo, pero también el del divorcio, de la pérdida del amor. La mayor referencia a la temática de la disolución de la familia tradicional radica en la identidad del asesino y en sus motivos, pero no daremos más información sobre esto, para evitar spoilers.
Se trata, en efecto, de una película sobre el duelo, sobre el sufrimiento que viene de la mano con existir en el mundo contemporáneo. La pérdida de la pureza, la caída de los ídolos, el abandono total ante una amenazante y siempre triunfante muerte son la materia primera de la que el director Alfred Sole se sirve para crear un efectivo relato de horror, inspirado por la también brillante – y definitivamente superior – «Don’t look now», clásico de 1973. Definitivamente una película que vale la pena ver, no tanto por el afán de descubrir quién es el asesino de Karen, sino para disfrutar del tenebroso camino a través del cual Sole nos lleva, donde nada es lo que parece, todos son posibles víctimas, y todos, a la vez, poseen algo de victimarios.