Cerrando nuestra cobertura del Festival de Sundance 2022, compartimos nuestras críticas de tres películas latinoamericanas que formaron parte de la sección World Cinema Dramatic Competition.
«Marte Um»
El gobierno ultraderechista y ultraconservador de Jair Bolsonaro en Brasil ha inspirado a varios cineastas para mostrar las tensiones y divisiones al interior de su país. Ahí están, por ejemplo, las fantásticas ficciones “Bacurau” de Juliano Dornelles y Kleber Mendonça Filho y “Divino amor” de Gabriel Mascaro, o el documental nominado al Oscar “Al filo de la democracia” de Petra Costa.
El punto de partida de “Marte Um” se da en los meses posteriores a la elección de Bolsonaro. Los protagonistas son una familia afrodescendiente de la clase trabajadora, a quienes acompañamos en sus actividades cotidianas, mientras conocemos sus sueños y frustraciones, así como las sutiles formas de discriminación o privación que enfrentan en una sociedad con marcadas diferencias sociales.
Mientras el padre Wellington (Carlos Francisco) trabaja como conserje en un exclusivo condominio y la madre Tércia (Rejane Faria) hace la limpieza en la casa de una celebridad, los hijos Eunice (Camilla Damião) y Deivinho (Cícero Lucas) estudian en la universidad y el colegio, respectivamente. El guion explora la rutina de cada uno por separado y luego muestra sus dinámicas como familia, pasando de momentos entrañables de mucho cariño a discusiones tensas que se producen cuando sus planes difieren. Como en toda familia.
El segundo largometraje del director Gabriel Martins opta por un tono optimista y esperanzador, para sugerir que a pesar de los obstáculos de un entorno hostil, es posible soñar con un futuro mejor. Eso se representa en la metáfora, poco sutil pero efectiva, de cómo el pequeño Deivinho, fantasea con estudiar astrofísica y colonizar Marte (de allí el título de la película). Al igual que su familia, él sueña con escapar de las limitaciones impuestas por otros y con volar lejos, hasta alcanzar las estrellas.
«Utama»
Es inevitable pensar en la notable película peruana “Wiñaypacha” cuando empezamos a ver el filme boliviano “Utama”, pues parte de una premisa similar, aunque la ejecución es distinta. Una pareja de ancianos quechuahablantes, Virginio (José Calcina) y Sisa (Luisa Quispe), viven en una zona desolada del Altiplano y se enfrentan al inclemente paso del tiempo y a la escasez de recursos, especialmente el agua.
Cuando su nieto Clever (Santos Choque) viene de la ciudad a visitarlos, intenta convencerlos de mudarse con él, en vista de la sequía prolongada y la salud cada vez más debilitada de su abuelo. Pero Virginio se rehúsa a abandonar su hogar de siempre, sus llamas y sus tradiciones. En suma: el estilo de vida que representa su identidad y que está alineado a su cosmovisión.
El director Alejandro Loayza Grisi empezó su carrera como fotógrafo y luego viró al cine, desempeñándose primero como director de fotografía. “Utama” es su primer largometraje como director y es evidente su fascinación por el poder expresivo de las imágenes, pues junto a la directora de fotografía Bárbara Alvarez componen unos encuadres hipnóticos, que nos muestran la armoniosa comunión entre los protagonistas y la naturaleza que los rodea: el desierto, las montañas, los animales.
A pesar de las similitudes argumentales con “Wiñaypacha”, “Utama” logra diferenciarse y alzar vuelo con una personalidad propia al añadir una lectura interesante sobre los efectos del cambio climático en las poblaciones indígenas y una pátina de realismo mágico, al mostrar el paralelo entre Virginio y un cóndor majestuoso que, al igual que él, sabe cuándo llega el momento de estirar las alas por última vez y mirar con calma ese horizonte que se extiende hasta el infinito.
«Dos Estaciones»
Luego de algunos cortometrajes y un documental, el director mexicano Juan Pablo González vuelca en su primer largometraje de ficción, “Dos Estaciones”, su experiencia personal como hijo de unos hacendados del tequila. La protagonista de su ópera prima es María (Teresa Sánchez), una mujer introvertida que dirige una fábrica artesanal de tequila en Jalisco. Pero su empresa está pasando por momentos difíciles, a causa de una plaga y la competencia feroz de las compañías estadounidenses que han invadido la zona para producir sus propias marcas de esa bebida alcohólica.
La experiencia previa de González en el campo del documental se evidencia en la frontera borrosa entre ficción y documental que recorre “Dos Estaciones”, alternando el relato de los desafíos diarios de María con imágenes que nos muestran todo el proceso de fabricación del tequila. Es un homenaje a la bebida bandera de México, pero sobre todo, a los productores artesanales que cargan consigo tradiciones ancestrales.
El personaje de María está construido en base a contrastes y ambigüedades: es tímida, pero impone mucho respeto y algo de temor entre sus trabajadores; es aparentemente fría en su trato con los demás, pero ocasionalmente deja entrever su calidez y búsqueda de afecto. Teresa Sánchez, a quien vimos antes en papeles secundarios en “La camarista” y “Noche de fuego”, entrega una actuación notable, que transmite muchas sensaciones a partir de sus miradas y gestos sutiles, como demuestra ese devastador primer plano de su rostro con el que la película se cierra.
Otro elemento a destacar es la representación de personajes femeninos. Por un lado, está María, que ha tenido que construir una armadura de fortaleza y perseverancia para liderar su empresa. Y por otro lado, está Tatín (Tatín Vera), una mujer trans que tiene una peluquería y destila carisma en sus interacciones con los demás. Ambas son mujeres empoderadas, que dirigen sus propios negocios y toman las riendas de sus vidas, rompiendo los moldes convencionales en un país tan machista y conservador como México.
Y así termina un año más en uno de nuestro festivales favoritos. Si el bicho lo permite, el 2023 podremos disfrutarlo ahí mismo, entre nieve, café y mucho cine.